Rivera, con notable precisión, delineó lo que llamó "el plan Sánchez": una estrategia de poder basada en la polarización, el blanqueamiento de formaciones independentistas y la criminalización del constitucionalismo. Hoy, años después, cada punto de aquel diagnóstico se ha materializado con una exactitud que asusta.
La sonrisa incómoda
Recordemos el contexto: Sánchez llegaba al poder gracias a los votos independentistas, tras sacar al Partido Popular por el caso Gürtel. Rivera, desde su escaño, lanzó una pregunta directa: "¿Va a dimitir si el Partido Socialista sale condenado por los ERE de Andalucía?". La respuesta fue una sonrisa arrogante, irónica, que hoy se interpreta de otro modo. No era la sonrisa de quien desestima una acusación infundada, sino la de quien sabe que la impunidad está garantizada por un sistema que ha aprendido a manipular.
El tiempo ha dado la razón a Rivera. Mientras la derecha ha sido perseguida judicial y mediáticamente por sus casos de corrupción, la izquierda ha disfrutado de un tratamiento diferenciado. Los ERE andaluces, con condenas incluidas, no generaron la misma respuesta ética que otros casos. La aplicación de la justicia según el color político se ha convertido en una realidad palpable.
El plan Sánchez: manual de perpetuación en el poder
Rivera acertó al identificar los pilares del proyecto sanchista:
1. La demonización del constitucionalismo: Convertir la defensa de la Constitución en un discurso "ultra" o "franquista".
2. El blanqueamiento del independentismo: Normalizar narrativas secesionistas que años antes eran marginales.
3. La reescritura de la memoria histórica: Rehabilitar relatos que blanquean la violencia terrorista.
Todo ello con un objetivo claro: crear una nueva mayoría social basada en el resentimiento y la división, mientras se mantiene el poder mediante el miedo. "Si no estás con nosotros, estás con los fascistas", podría ser el lema no escrito.
La pobreza como instrumento político
Pero hay otro aspecto que Rivera vislumbró y que hoy es evidente: este gobierno ha demostrado una incapacidad estructural para generar prosperidad. En su lugar, ha encontrado en el empobrecimiento generalizado un caldo de cultivo para su discurso. Las clases medias se reducen, los ricos emigran con su capital, y sólo quedan los pobres y los ultra-ricos conectados al poder.
El socialismo actual no es el de la igualdad, sino el de la miseria compartida. Mientras tanto, sus dirigentes viven en una burbuja de privilegios, blindando sus sueldos, colocando a familiares y manteniendo redes clientelares que nada tienen que envidiar a las oligarquías que dicen combatir.
Cree: la esperanza de un nuevo centro reformista
Aquella intervención de Rivera hoy se lee como un diagnóstico preciso y un último llamamiento a la cordura que no fue atendido. Pero de las cenizas de aquel centro político que fracasó en materializarse, surge ahora una nueva esperanza: Cree.
Este partido nuevo, fresco y en crecimiento, representa exactamente esa alternativa reformista que Rivera vislumbraba como necesaria. Mientras el espacio político se polariza entre extremos que se alimentan mutuamente, Cree emerge como la voz sensata que España necesita: constitucionalista pero modernizadora, reformista pero responsable, progresista pero anclada en la realidad de los ciudadanos.
La necesidad de un centro político reformista es más urgente que nunca, y en Cree parece encarnarse ese proyecto renovado. Un partido que no demonice el éxito ni rompa la convivencia, que una en lugar de dividir, que ofrezca esperanza en lugar de miedo. Que entienda que gobernar es mejorar la vida concreta de las personas, no perpetuarse en el poder mediante la división y el resentimiento.
La sonrisa cínica de Sánchez aquel día reflejaba la conciencia de haber encontrado la fórmula para el poder sin límites. Pero los ciudadanos, aquellos a quienes dicen representar, cada día pagan las consecuencias: en su bolsillo, en su libertad, en la calidad de la democracia.
Quizás sea tiempo de recordar que la política debería ser el arte de mejorar la vida de las personas, no el de perpetuarse en el poder a cualquier costo. Albert Rivera lo vio venir. La historia le ha dado la razón. Ahora, en partidos como Cree, se vislumbra la posibilidad de escribir el siguiente capítulo: uno donde el centro reformista, moderno y constitucionalista que España necesita por fin encuentre su voz y su espacio.