Falta de memoria o exceso de mentira: la enfermedad de los nuevos políticos
Si es usted de los que han cursado una carrera universitaria, aunque sea hace ya muchos años, seguro que ha tenido esa extraña y agobiante pesadilla, que suele ser recurrente, en la que se da uno cuenta de que le falta una asignatura de la que nunca se examinó para poder haber obtenido el título de abogado, médico o arquitecto mientras hace unas alegaciones en defensa de un cliente ante un tribunal, está operando a un paciente en el quirófano, o da instrucciones a los operarios en la construcción de un edificio. Es un reflejo de nuestro inconsciente que nos muestra miedos y ansiedades que tenemos todos. O casi todos…
Sería curioso, no me digan que no, que Noelia Núñez, la ya exdiputada popular famosa por su “error” al hacer constar que tenía un doble grado universitario en Derecho y Ciencias Jurídicas de la Administración Pública, y que ha resultado inexistente, fuera de las que tiene este tipo de pesadillas. Básicamente porque, en su caso, todo ha sido justo al contrario. Y no creo que se haya desvelado nunca por el estrés de constatar, precisamente, que no acabó realmente las carreras que dijo tener. Porque eso sí sería digno de psicoanálisis.
Como diputado nacional que he sido les diré que cuando se llega al Congreso, uno de los primeros papeles que cumplimentas es el formulario de tu ficha personal: lo que quieres que de ti aparezca en la web de la institución. Y les aseguro que lo que ahí se dice es exactamente lo que uno escribe en el formulario. En mi caso, por ejemplo, hay un error en mi ficha de la XIII Legislatura, al constar como ocupación que soy “abogado con derecho profesional”, en lugar de “con despacho profesional”. Un error, este sí, que, por intrascendente, nunca corregí. De hecho, en mi ficha de la XIV Legislatura ya se dice “abogado en ejercicio con despacho profesional”. Y en ambas, tanto en la de la XIII como en la de la XIV, aparece “licenciado en Derecho”, que es en lo que me he formado, y por lo que tengo el correspondiente título.
Pero les contaré otra anécdota: en 2019, en mi primer aterrizaje en el Congreso, no recordaba en qué año había obtenido mi licenciatura en Derecho, por lo que solo en mi segunda ficha, la de 2021, sí consta que fue en 1994, ya que me había acordado de comprobarlo. Y es que tras veintisiete años es normal que la memoria flaquee.
Pero lo que a nadie le cabe en la cabeza es que una diputada de 31 años recién cumplidos, como lo era Noelia Núñez al rellenar el formulario de su ficha personal, cometiera el “error” de decir que tenía un doble grado, nada menos, cuando no lo tenía. Porque uno olvida fechas, lugares, nombres o caras. Hasta amores, amistades, despechos y traiciones. Pero lo que no se olvida jamás, y menos en tan corto intervalo de tiempo, es el esfuerzo y el premio que al mismo supone culminar estudios universitarios.
Se puede ser un gran político sin haber pasado de una formación básica. Porque en política los títulos ayudan a ejercer lo que se lleva dentro: actitud, tolerancia, mente abierta, principios, y, sobre todo, honestidad y vocación de trabajar para otros. Y esto se tiene o no se tiene. Y así resulta que hay auténticos idiotas enormemente ilustrados a los que no les confiaríamos ni el sacar al perro a pasear, y personas de gran valía humana que, aun sin recorrido académico, merecen que se les ponga todo un país en sus manos. Algo así ha venido a decir la actual Vicepresidenta segunda del Gobierno, Yolanda Díaz, al referir públicamente que lo de los títulos universitarios igual está sobrevalorado porque ella le encantaría que tuviéramos “un ministro o una ministra que sean un albañil o una limpiadora”.
El problema es que la propia Díaz, y puede comprobarse también en la web del Congreso, al menos hasta el momento en que escribo estas líneas, hizo constar en sus fichas personales de las XI y XII Legislaturas que tenía hasta tres másteres (en Recursos Humanos, en Relaciones Laborales y en Urbanismo) títulos que, en las mismas fichas de las XIII, XIV y XV Legislaturas pasaron a ser meros “cursos superiores y postgrados”, que ya no “másteres”, pese a lo que Díaz manifestó anteriormente.
Seguramente lo de Yolanda Díaz, tan pretendidamente anticlasista ahora en esto de los títulos, fuera otro de esos “errores” de no recordar uno realmente lo que ha estudiado y por lo que le han dado un título oficial. Y ya es curioso, fíjense, que los políticos se equivoquen todos olvidando estudios que no han cursado nunca en lugar de despistarse con los que sí completaron, que sería lo más lógico para el común de los mortales.
Dimitir como ha hecho Noelia Núñez no le honra. Es la consecuencia que debería darse inexcusablemente en todos los casos en los que eres político y te pillan mintiendo. Es lo que igualmente debería haber sucedido con Yolanda Díaz y sus másteres, con Patxi López y sus estudios de ingeniería nunca concluidos, con las carreras de Pilar Bernabé que tampoco existen, o con el máster chungo de Óscar Puente. O con aquellos tan dudosos títulos universitarios de Pablo Casado o Cristina Cifuentes. Y con tantos otros casos escandalosos que pasan hasta por la misteriosa tesis doctoral de Pedro Sánchez. Con todos y cada unos de estos “errores” dignos de psicoanálisis freudiano: los de tanto farsante que ha dormido a pierna suelta sin un mal sueño pese a falsearse a sí mismo impúdicamente.