Entre el inmovilismo y la evolución política: Dos caminos, Un futuro
Nuestra sociedad se encuentra hoy en un cruce de caminos. No se trata de un debate accesorio ni de una disquisición académica; es, en esencia, la pregunta más importante que debemos responder: ¿qué modelo político queremos para nuestro futuro inmediato?
Las opciones son tan simples como trascendentales
La primera es mantener el actual statu quo, con una democracia que, aunque conquistada con esfuerzo y sacrificios en el pasado, ha derivado en un sistema lastrado por inercias, intereses partidistas y estructuras pensadas más para la perpetuación de élites políticas que para la verdadera resolución de los problemas de la ciudadanía.
Desde un análisis objetivo, se trata de un modelo agotado: los niveles de desafección política, la creciente abstención electoral y la erosión de la confianza en las instituciones son síntomas claros de un sistema que no consigue responder a las necesidades de un mundo mucho más complejo, veloz y exigente. Y, sin embargo, el inmovilismo se disfraza de prudencia: se nos pide paciencia, se nos promete que “con reformas” todo se solucionará, cuando en realidad lo que se protege es la comodidad de quienes han hecho de la política un refugio profesional.
La segunda opción inevitable, aunque todavía resistida por muchos, es la evolución hacia un nuevo sistema político. No hablo de un salto en el vacío ni de una ruptura caótica, sino de una transformación consciente y planificada. Un sistema que asuma que la política no puede ser una profesión vitalicia, sino una responsabilidad temporal, limitada en el tiempo, al servicio de la sociedad. Un modelo donde la eficiencia deje de ser un concepto reservado a la empresa privada y se convierta en el eje rector de lo público. Porque gestionar un país no puede seguir siendo más lento, más caro y menos eficaz que gestionar una compañía o una comunidad.
Esta evolución no es un capricho ni una utopía, es una necesidad histórica. La democracia, como toda construcción humana, no es estática. Ha pasado por fases distintas: de los primeros parlamentos limitados en poder, al sufragio universal, a los Estados de bienestar modernos. Cada etapa fue una mejora sobre la anterior porque se entendió que quedarse quietos era retroceder. Y hoy nos encontramos, una vez más, en ese punto crítico donde debemos elegir entre perfeccionar el sistema o dejar que se degrade.
El dilema es claro: seguir sosteniendo un modelo que se ha vuelto pesado e ineficaz, o atrevernos a construir otro que priorice la responsabilidad, la transparencia y la eficiencia. Y conviene decirlo con claridad: no cambiar equivale a aceptar la decadencia, a resignarnos a que la política siga siendo un teatro de palabras huecas donde lo que menos importa son los ciudadanos.
No se trata de dinamitar lo conseguido, sino de reconocer que la democracia debe evolucionar hacia la gestión sujeta a la eficiencia, hacia instituciones temporales y evaluables, hacia una gestión que devuelva resultados medibles a la ciudadanía. La política no puede seguir siendo el último territorio inmune a la rendición de cuentas real. Como dijo Alexis de Tocqueville:
"Las instituciones mueren cuando el pueblo deja de creer en ellas; entonces, sólo una revolución de la conciencia puede salvarlas"
El futuro de nuestra sociedad dependerá de la valentía con la que afrontemos esta decisión. O aceptamos vivir bajo un modelo que ya no responde a nuestras necesidades, o emprendemos la transición hacia un sistema renovado, donde la política sea servicio y no carrera, compromiso y no cálculo, responsabilidad y no privilegio.
Porque, seamos claros: la historia no espera a quienes dudan. Los pueblos que se conforman con el inmovilismo terminan pagando un precio más alto que aquellos que, aun con incertidumbre, se atrevieron a evolucionar.
La pregunta, al final, no es si cambiar o no, sino cuándo. Y cada día que pasa sin decidirlo, perdemos no solo la oportunidad de construir un futuro mejor, sino también la dignidad de reclamarlo.
Y me van a permitir acabar recordando a Albert Einstein “No podemos resolver los problemas pensando de la misma manera que cuando los creamos.”
Venimos a demostrar, con hechos y no con promesas, que la política puede y debe mejorar la vida de las personas.