¿Hasta cuándo?
Hay una pregunta que cada día late en el corazón de millones de ciudadanos: ¿hasta cuándo? ¿Hasta cuándo vamos a tolerar un sistema político que se sostiene más sobre inercias, ineficacia y discusiones que sobre responsabilidad y eficiencia? ¿Hasta cuándo vamos a aceptar duplicidades, instituciones inútiles y gestores que jamás rinden cuentas?
¿Hasta cuándo la indiferencia?
Los españoles llevamos demasiado tiempo viendo cómo se malgastan nuestros impuestos, cómo se inflan estructuras político-administrativas que no devuelven ni eficacia ni sentido, cómo se mantiene un Estado del bienestar en retórica, pero no en resultados y realidades.
La sobredimensión de los arcos parlamentarios a todos los niveles —municipal, provincial, autonómico y nacional—, un Senado que no responde a una verdadera cámara de representación autonómica, consejos comarcales en Cataluña, diputaciones provinciales en todo el país… ¿alguien puede explicar qué aportan de verdad a la vida de los ciudadanos? Si desaparecieran mañana, ¿qué cambiaría? Poco o nada. Y esa es la señal más clara de que ha llegado el momento de reformas profundas y de que la ciudadanía comprenda que unida tiene la fuerza para provocar el cambio sobre un sistema aparentemente inamovible pero condenado a transformarse.
¿Hasta cuándo la impunidad?
Pero no cualquier reforma. No parches. No discursos vacíos. Hablo de un nuevo proyecto político, un cambio de rumbo que devuelva luz, transparencia y dignidad a la gestión pública. Porque política no debería ser sinónimo de enfrentamientos, privilegios ni de aforamientos utilizados frente a casos mayoritariamente de corrupción, sino de responsabilidad compartida frente a lo público. Porque quien la hace, la paga. Porque el gestor público debe ser eso: un gestor de lo común, corresponsable de sus actos, sometido al mismo escrutinio y consecuencias que cualquier ciudadano, autónomo o empresa.
¿Hasta cuándo el silencio?
La ciudadanía está cansada de la desfachatez, de la corrupción convertida en rutina, del expolio sistemático a las arcas públicas por diferentes mecanismos. Está cansada de ver cómo la “fiesta de la democracia” se convierte en una jornada donde la abstención toma protagonismo, en un ritual hueco. Esa tristeza, esa desafección, esa distancia son las cicatrices de un pueblo que se ha sentido traicionado demasiadas veces.
¿Hasta cuándo la esperanza truncada?
Y, sin embargo, aquí está la palanca emocional del cambio: los ciudadanos no quieren rendirse. Quieren creer de nuevo. Quieren instituciones con paredes de cristal, presupuestos claros, responsables políticos que den la cara y que, sobre todo, cumplan con el ejemplo entendiendo, por encima de todo, que la política es una vocación de servicio público y debería convertirse en temporal, con límites claros y con regularización de salarios. La política se ejerce por vocación, no como una profesión vitalicia.
¿Hasta cuándo los mismos errores?
No pedimos nada imposible. Pedimos lo mismo que nosotros cumplimos cada día como ciudadanos: pagar impuestos, presentar cuentas, asumir responsabilidades. Pedimos que quienes nos gobiernan hagan lo mismo. Que gestionen con rigor, que eliminen lo superfluo, que devuelvan lo aportado con eficacia y justicia.
El futuro político de España no pasa por un simple relevo de nombres o siglas. Pasa por un nuevo contrato con la ciudadanía, por un proyecto reformista que devuelva la dignidad a la palabra política y convierta la gestión pública en sinónimo de transparencia, orgullo y confianza.
Como dijo Albert Einstein: “No pretendamos que las cosas cambien si siempre hacemos lo mismo.”
¿Hasta cuándo esperaremos soluciones?
La pregunta sigue siendo la misma: ¿hasta cuándo?
La respuesta ya no depende solo de ellos. Depende de nosotros. Depende de que decidamos poner freno, exigir nuestros derechos, exigir un nuevo rumbo y construir juntos la España que merecemos.
En las próximas elecciones debería imperar un lema: la gran movilización de la abstención que se transforma en acción ciudadana para poner freno de una vez por todas a un bipartidismo que, con diferentes coaliciones convertidas en más de lo mismo, ha hecho aguas y que hoy está en quiebra moral y técnica.
Como advirtió Platón: “El precio de desentenderse de la política es ser gobernado por los peores hombres.”
¿Hasta cuándo la cuenta regresiva?
Y ahora sí, la pregunta final:
¿Hasta cuándo?
Hasta cuándo lo permitamos. Hasta cuándo dejemos que otros decidan por nosotros.
Entenderemos, por fin, que la verdadera fuerza del cambio está en las personas, en cada ciudadano que decide no callar, no resignarse y exigir el país que merece.
El verdadero cambio no empieza en las urnas, sino en la decisión de cada ciudadano de no resignarse nunca más.