Dos trileros frente a frente

Dos trileros jugando a cartas...

En el gran teatro de la política española, dos hombres sostienen una baraja marcada. No son adversarios ideológicos en el sentido estricto; son dos jugadores de póker en una partida donde las fichas son escaños, influencia y, sobre todo, impunidad. Carles Puigdemont y Pedro Sánchez, dos trileros de alta escuela, se miran frente a frente sabiendo que su supervivencia depende, paradójicamente, del otro.

Cada uno maneja sus cartas, un mazo de titularidad exclusiva e intransferible. A Sánchez le importa un bledo el resto de la ciudadanía si con ello puede seguir disfrutando de los privilegios de La Moncloa. A Puigdemont, mientras tanto, le complace tomar el pelo a todo un país, demostrándolo con aquel acto de desaparición frente a las narices de las fuerzas de seguridad del Estado. ¿Acordado? ¿No acordado? La duda es parte del juego, un número de ilusionismo donde la verdad es la primera en ser escamoteada.

El pulso es, en esencia, un espectáculo de trileros. La bolita —la lealtad, el interés general, la justicia— está siempre bajo uno de los cubiletes, pero nunca donde el ciudadano, el incauto espectador, cree verla. Sánchez esconde la bolita bajo el cubilete de la "estabilidad" y la "gobernabilidad", mientras Puigdemont la desplaza con destreza bajo el de la "causa nacional". Y el que quiere dejarse engañar, que vote, que aplauda, que justifique. Y no son pocos.

¿En qué se sustenta este conflicto maquiavélico? Única y exclusivamente en el interés partidista y personal. Para Sánchez, el objetivo es claro: seguir en el poder. Para Puigdemont, la ecuación es más cruda: "¿Voy a salvarles el cuello a ellos —a un Gobierno acosado por imputaciones familiares y ministeriales— cuando yo aún no he recibido mi amnistía, mi blindaje contra la justicia?" La respuesta, nos susurra al oído, es un "ni de coña" tan rotundo como cínico.

Y en medio, Sánchez, astuto, juega con su arma más poderosa: el tiempo. Sabe que la incapacidad de la derecha y la extrema derecha para encontrar una estabilidad propia es su mejor baza. Mientras PP y Vox se enfrenten en una pelea estéril, el presidente puede navegar en la tormenta. El resultado es un panorama desolador: una izquierda ruinosa para España y una derecha inútil, incapaz de capitalizar la debilidad de su adversario.

Ante este callejón sin salida, la pregunta surge inevitable: ¿qué solución hay a corto o medio plazo? La respuesta, hoy por hoy, es descorazonadora: ninguna. Seguiremos viendo desfilar a una clase política mediocre, más pendiente de su propio ombligo que del rumbo de un país.

Pero, ¿hay esperanza? Sí. La hay. Late en el hartazgo silencioso de una ciudadanía harta de la ineficacia y la mezquindad. Brota en la semilla de nuevas formaciones políticas que surgen no desde los extremos, sino desde el sentido común. No hablamos de experimentos fallidos del pasado, sino de proyectos frescos, de centro reformista, que buscan construir una alternativa real. Son espacios para gente como tú, como yo, personas hastiadas que deciden embarcarse en una política que sea relevante para la gente, no para los intereses de unos pocos trileros.

Quizás, solo quizás,  la verdadera bolita no esté bajo ninguno de sus cubiletes, sino en la mano de una sociedad que, tarde o temprano, decida dejar de ser espectadora para convertirse en jugadora.