Opinió

España va como un cohete… pagando los mayores impuestos de Europa

O cuando el cohete despega, pero con el freno de mano echado

La frase suena grandiosa, casi espacial: España va como un cohete. Se repite en titulares, ruedas de prensa y discursos triunfalistas con la fe de quien lanza fuegos artificiales sobre un lodazal. La economía crece, el empleo aumenta, el turismo bate récords, las inversiones llegan. Todo parece despegar.

España, un cohete algo destartalado
photo_camera España, un cohete algo destartalado

Pero hay un detalle incómodo: el combustible sale carísimo. Porque mientras el cohete sube, el contribuyente siente que lo exprimen como si fuera el queroseno que lo alimenta. Y entonces surge la paradoja —una más— de este país nuestro: España avanza, sí… pero a costa de cargar a sus ciudadanos con una de las presiones fiscales más asfixiantes del continente.

España no es el país con la mayor presión fiscal de Europa si miramos el porcentaje del PIB destinado a impuestos (Francia, Dinamarca o Bélgica suelen encabezar esa lista). Pero aquí viene el truco: la sensación de carga fiscal en España es desproporcionadamente alta respecto a lo que se recibe a cambio. Es como pagar entrada de ópera y que te pongan un karaoke.

¿Por qué?
– Porque el sistema fiscal español se apoya mucho más en el consumo (IVA, tasas indirectas) y en las rentas del trabajo que en el capital.
– Porque los autónomos —figura casi mitológica— pagan como empresa grande y sobreviven como estudiante mileurista.
– Porque la economía sumergida hace que una parte importante del país no contribuya, y otra parte pague por todos.

El resultado: muchos pagan mucho… para sostener un sistema que funciona regular.

Antítesis delirante: impuestos nórdicos, servicios del sur

Aquí se revela la verdadera antítesis que recorre la columna vertebral del Estado español: cobros escandinavos con prestaciones balcánicas. En los países con presión fiscal alta pero sistema eficiente, los ciudadanos pagan con gusto porque saben que tendrán educación gratuita, sanidad blindada, transporte público impecable y una administración que responde.

En España, en cambio, el ciudadano paga y luego hace cola. Para todo. Para renovar un DNI, para operarse, para cobrar una ayuda. Es el único país donde se pagan impuestos para luego contratar a un gestor, un abogado, un seguro médico y un profesor particular. Eso sí: el IRPF, al día.

La pregunta es tan evidente como irritante. ¿Dónde van los impuestos? Porque si no van a servicios, ¿van a deuda? ¿A administraciones duplicadas? ¿A rescatar autopistas y bancos zombis? ¿A financiar la maquinaria política? La transparencia fiscal en España es como el Santo Grial: todos hablan de ella, nadie la ha visto.

Mientras tanto, el discurso oficial proclama que la economía va “como un cohete”. Pero muchos ciudadanos sienten que ellos son el chasis del cohete, no los pasajeros. Son los que empujan sin despegar. Los que financian el milagro… desde el andén.

Entonces, no se trata de pagar menos impuestos, necesariamente. Se trata de pagar con sentido. Con justicia. Con retorno. Porque no hay nada más desmoralizante que cumplir con Hacienda y seguir sintiéndote en deuda con el Estado.

España puede ir como un cohete, sí. Pero que no se olvide de revisar quién paga el lanzamiento… y quién se queda en tierra.