Con ello, la iglesia pretende estrechar lazos entre los creyentes de ambas tierras separadas por un océano pero unidas por lo esencial: la espiritualidad.
Esta fecha no debería quedar oculta en el calendario.
Por ello, sin perder ni un ápice de respecto por otras culturas y religiones, me gustaría encontrar en los medios de comunicación de nuestro entorno, las reseñas de esta celebración más que leer, ver o escuchar noticias sobre el inicio del Ramadán o la celebración del año nuevo Chino. Se debería, en justicia, hacer un hueco en informativos y noticiarios a esta efemérides por ser más cercana a nuestros corazones y valores.
Hispanoamérica siempre ha sido el destino predilecto de miles de misioneros españoles (hombres y mujeres) que no solamente cumplen tareas evangelizadoras. Su misión es, con mucho, una labor social, educadora, sanitaria y defensora de derechos, dignidad y libertad humanas. Se concentra en barrios humildes y atiende a las personas más desfavorecidas. Su aportación es impagable y por desgracia demasiado desconocida y poco valorada. Actualmente se cuentan en más de cuatro mil los misioneros españoles en la América Hispana y el Caribe, llevando la esperanza a su gente a la par que anuncian el evangelio.
También es de nota la cifra de mil quinientos religiosos hispanoamericanos que realizan su labor en España. Eso ya supone que un diez por ciento de los sacerdotes que mantienen parroquias españolas provienen del continente americano y viven y hacen vivir la fe que recibieron.
Son motivos sobrados de celebración y encuentro y, a mi entender, también deberían ser motivos de reconocimiento por parte de las personas no creyentes más alejadas del espiritualismo religioso.
Hace siglos los españoles fuimos para allá y mezclamos con ellos nuestra sangre, cultura y vida. Ahora son muchos los hispanoamericanos que vienen a nuestra tierra a compartir esa misma vida.
Eso se llama futuro. Futuro común con quien compartimos tanto.