La Pantomima infinita de Junts: amenazas, sermones… y vuelta al redil

Hay formaciones políticas que hablan claro, otras que callan demasiado, y luego está Junts, especialista en ese género teatral tan nuestro: la pantomima solemne. Un día anuncian la ruptura definitiva, al siguiente deslizan un “quizá no era para tanto”, y al tercero vuelven a apoyar al Gobierno como si nada hubiese ocurrido. La trayectoria se parece a ese vaivén de las mareas: mucho estruendo en la subida, resignación silenciosa en la bajada.

El episodio más reciente del repertorio tuvo como protagonista a Miriam Nogueras, en el Congreso de los Diputados - dirigiéndose a Pedro Sánchez-, que con tono inflamado lanzó frases que resonaron por toda la prensa: “Hay mucha gente que está hasta las narices de no llegar a fin de mes”, proclamó con la convicción de quien está a punto de trazar una línea roja definitiva. Y acto seguido, elevó el tono:  es “La hora del cambio”, “Usted no ha cumplido, no tiene palabra y sólo le interesa el Gobierno”, y la estocada final —una que cualquier dramaturgo habría envidiado—: “Usted es un cínico y un hipócrita”, dirigiéndose a Pedro de Sánchez.

Parecía el preludio de una tormenta política. Una amenaza real. El anuncio de que, por fin, Junts golpearía la mesa con un gesto que hiciera temblar el tablero. Pero la antítesis llegó pronto, casi con una precisión irónica: tras la bronca monumental y todos los titulares, Junts volvió a hacer exactamente lo que hace siempre… apoyar al Gobierno, aunque fuese de manera indirecta.

La prueba llegó con la votación en el Congreso sobre la propuesta de prorrogar la vida útil de las centrales nucleares, responsables del 70% de la energía que consume Cataluña. Y ahí apareció la palabra mágica que tanto utiliza el partido cuando no quiere decidir pero tampoco asumir costes: “abstención”. Ni sí ni no. Ni ruptura ni responsabilidad. Un gesto calculado que no compromete… pero que tampoco protege a las comunidades que dependen de Ascó y Vandellòs para su supervivencia económica.

¿Y por qué esta abstención tan minuciosamente calibrada?

Porque justo entonces llegó una noticia celebrada como agua de mayo en las filas de Junts: el Abogado General del Tribunal de Justicia de la Unión Europea descartó que la Ley de Amnistía fuera una “autoamnistía” o afectara a los intereses financieros de la UE. La reacción interna fue inmediata: “una muy buena noticia”. Una especie de mensaje entre líneas: tranquilos, el camino personal se despeja… podéis respirar.

Así, entre un interés jurídico muy particular y un interés energético colectivo de enorme magnitud, Junts eligió lo primero. La abstención se convirtió en un puente hacia la comodidad, un gesto que protegía la prioridad real del momento: garantizar que la amnistía siguiera avanzando sin sobresaltos.

El contraste roza lo cruel: Por un lado, la épica de Nogueras exigiendo dignidad, cambio y justicia para la gente “hasta las narices” de no llegar a fin de mes. Por el otro, un voto que dejó desamparadas a dos comarcas enteras… aquellas mismas que Junts asegura defender “con uñas y dientes”.

La antítesis perfecta: retórica inflamable acompañada de decisiones tibias. Amenaza, amaga… y cuando llega el momento de elegir entre relato y responsabilidad, optan por el interés personal, estratégico, identitario.

El resultado es inevitable casi una pregunta que se formula sola:
¿Quién se cree ya a Junts?

Porque mientras la gente lucha por pagar la luz, mientras el futuro energético de Cataluña pende de hilos improvisados, mientras dos comarcas esperan un plan que nunca llega… Junts sigue practicando su viejo arte: el paripé perfecto,  el gesto sin consecuencia, el grito sin acción y  la épica sin sacrificio.

Una amenaza que se convierte en susurro. Un amago que se disuelve. Un “nunca más” que, en cuestión de horas, se transforma en un “bueno, tampoco es para tanto”. El paripé, como siempre, impecablemente ejecutado.

Lo fascinante —y un poco triste— es que la gente que realmente está “hasta las narices de no llegar a fin de mes” no gana absolutamente nada con ese teatrillo. Mientras se intercambian insultos en el Congreso, el precio de la energía sigue subiendo, el futuro de las nucleares continúa sin plan real y las comarcas del Ebro se preguntan qué será de ellas cuando se apaguen las torres que sostienen la mitad del país eléctrico.

El contraste es inevitable: Junts clama “la hora del cambio” mientras repite los mismos gestos vacíos. Señala al Gobierno como si estuviera a punto de romper con él… pero luego vota lo necesario para sostenerlo. Critica, inflama, amenaza… y termina donde empezó. Como un boxeador que sube al ring para lanzar golpes al aire, esperando que el público confunda el ruido con la fuerza.

Quizá algún día el partido decida que la coherencia es más rentable que la escenografía. Que las palabras —esas flechas que Nogueras dispara con puntería quirúrgica— deben corresponderse con acciones reales. Que la gente, la que aprieta los dientes cada mes, necesita menos pose y más responsabilidad.

Pero mientras eso no ocurra, la pantomima seguirá. Amenaza, amaga… pero no da.
Y en esa distancia entre lo que dicen y lo que hacen, Junts sigue perdiendo algo más valioso que un escaño: la credibilidad.