Maternidad 2.0: criadas por Excel, salvadas por la croqueta

Ser madre hoy se ha vuelto un deporte raro: como si mezclaras yoga, ingeniería aeroespacial, psicología infantil de Harvard y un tutorial de TikTok hecho por una chica que desayuna semillas con nombre de Pokémon.

Antes las madres decían “a la calle” y ya está. Ahora hay madres que dicen “vamos a hacer una ruta sensorial con foco en la autorregulación”. Hija… ¡que solo íbamos al parque a mirar palomas y comer pan Bimbo!

Y ojo: hoy se mide TODO.

Besos por minuto. Calma por centímetro. Risas por microsegundo.

Es como tener a Excel metido dentro del sujetador.

Y claro, tú quieres hacerlo bien. Pero cuando te das cuenta estás a las 9:37 de la mañana un sábado haciendo mindfulness… con un niño que lo único que quiere es una croqueta y tu móvil para ver un vídeo de un perro que habla.

La maternidad moderna es eso: tú intentando ser Julia Roberts, y la vida diciéndote “JAJAJAJA”.

Y está el parque.

El parque es peor que Eurovisión.

Ahí hay competición silenciosa: “el mío no toma azúcar desde 2016”, “el mío expresa emociones en tres idiomas”, “el mío medita”, “el mío hace yoga aéreo en el columpio”. Mira, cariño, mi niño hoy se ha puesto los calcetines sin que parezca un narco colombiano fugado de una película… ¡déjame celebrarlo!

Y luego está el padre.

Ese ser mitológico que aparece cuando hay que subir algo del trastero, o cuando tú ya has gritado tanto que podría llamarte la OMS para estudiar tu rango vocal. El padre muchas veces es como un unicornio: precioso, brillante… y no siempre está.

Pero la verdad verdadera es esta:

Ser madre cansa porque la vida cansa. No porque lo estés haciendo mal.

Nuestros padres vivían.

Nosotras gestionamos.

Ellos tenían fin de semana.

Nosotras tenemos “fin de sprint”.

¿Y sabes qué?

Nadie necesita ese Excel emocional.

Los niños necesitan más pan con chocolate y menos teorías sobre el apego.

Más tirarse en el sofá sin objetivo, y menos “actividad con intención educativa”.

Más “ya veremos” y menos “voy a ver si este método Montessori me salva la vida”.

La perfección está muy sobrevalorada.

La vida real está en un calcetín mal puesto, un puré que se te quema, un abrazo que das sin pensar, y una siesta que te cae encima como ladrillo.

Ahí está la infancia, ahí está el amor.

Y, con un poco de suerte… ahí está tu cordura también (o lo que queda).

Y si un día creemos que un niño de dos años va a tener coherencia emocional, conciencia narrativa o debates teológicos… recordemos que ese mismo niño se come el mando de la tele como si fuera una galleta Tostarrica.