Nuestro Señor del Datáfono Emocional

Nuestro señor del datáfono emocional

Hay hombres que se divorcian, pero se quedan viviendo en una idea: la de que ser padre es “pasar la pensión” y aparecer cuando hay foto. No todos, por supuesto. Pero existe una especie muy concreta de exmarido que quiso ser padre y se quedó a medias, como quien se apunta al gimnasio en enero y en febrero ya está lesionado… del compromiso. Y cuando llegan las necesidades reales de los niños, él no saca pecho: saca su calculadora. Y, a veces, saca el chantaje con datáfono. Sí: esa paga condicionada a “si vienes este finde” que tiene un nombre feo, pero que aquí vamos a llamar por su apodo con humor, que si no, gritamos.

Ese exmarido que quiso ser padre… pero no se graduó. Se quedó en primero de Paternidad, repitió Responsabilidad tres veces y al final pidió traslado a la optativa de “Hacer como que no oigo”. Y aun así, se pone la toga moral como si hubiera defendido una tesis: “Cómo ser imprescindible sin estar nunca”.

Ojo: no hablo del padre que no puede. Hablo del padre que no le apetece.
Del que confunde criar con “aparecer cuando me va bien” y apoyar con “si me presionas, me enfado y no respiro”.

Y entonces la vida hace lo que hace siempre: se complica. Los niños crecen, el cole aprieta, la adolescencia llega con sus fuegos artificiales internos, y aparecen necesidades reales. Nada de caprichos. Necesidades. Clases particulares. Academia. Gafas. Dentista. Psicóloga.  La vida, vaya. Y ahí, el exmarido “no graduado” saca su herramienta favorita: el NO.

Pero no un “no puedo ahora”. No un “vamos a buscar una opción”. No un “me duele, pero no llego”. No. Un “no me sale de las ganas” con voz de señor ofendido. “¿Academia? Te fastidias.” “¿Clases particulares? Pues que estudie más.” “¿Psicóloga? Eso son tonterías.” Tonterías, dice. Como si el cerebro adolescente viniera con manual y el sufrimiento se arreglara con la técnica ancestral de “ya se le pasará”.

Lo fascinante es que este tipo de hombre no se considera irresponsable.
Se considera… víctima. Víctima de ti. Víctima del sistema. Víctima de los niños, que crecen y piden cosas. Víctima del universo entero, que no entiende su gran sacrificio: hacer una transferencia mensual. Porque hay hombres que creen que la pensión incluye también cariño, presencia, tiempo, paciencia, conversaciones difíciles y un abrazo a destiempo.

Y ahora viene la parte más fina del esperpento. Hay exmaridos que no dicen:
“Quiero ver a mis hijos este fin de semana”. Dicen: “Si vienes a casa este finde, te doy la paga.” Y tú te quedas con una cara rarísima, una mezcla de “¿perdón?” y “¿esto es una relación o una feria?”. Porque eso no es una invitación. Es un trueque. Un intercambio. Una subasta emocional con premio en efectivo. “Si vienes, cobras.” Si no vienes, rien de rien.

Y esto… a ver… tiene un nombre. Y sí, es ese que estás pensando.
Amor por suscripción: ‘te pago por estar conmigo’, versión doméstica, con olor a cuota y permanencia. Es como si el afecto viniera con datáfono: “Acérquese al padre. Pase el niño. Inserte tarjeta. ¿Desea copia del recibo?”

Y lo peor no es el dinero. Lo peor es el mensaje: que el vínculo se compra. Que la presencia se paga. Que el amor tiene tarifa. Lo grave (y cómico si no fuera triste) es que este hombre suele tener un superpoder: ver a sus hijos como conceptos contables.

Y cuando aparece algo que no controla, le entra alergia. Porque el padre Excel no cría: audita. Te pregunta como inspector de Hacienda emocional: “¿Y eso es imprescindible?” “¿No hay algo más barato?” “¿Por qué no lo pagas tú?”  “¿Qué pone en el convenio?”

El convenio. Ese documento sagrado que algunos leen como la Biblia… pero solo las frases que les convienen. Y con eso justifican cualquier cosa, incluido desentenderse de lo evidente. Eso sí: si el niño va a su casa el finde, hay paga.
O sea: no te compro apoyo escolar, pero te compro presencia. Maravilloso.

La paternidad como club VIP: entrada con beneficios, pero solo si pasas por taquilla. Entonces… ¿qué les pasa por la cabeza? No lo sé. Quizá, simplemente, hay hombres que cuando se divorcian no pierden una pareja:
pierden el escenario donde podían parecer responsables sin serlo.

Porque criar, de verdad, no es pagar cuando te apetece. Criar es sostener. Aunque sea incómodo. Aunque sea caro. Aunque sea un martes. Aunque no te aplaudan. Y si para ver a tus hijos necesitas poner dinero como anzuelo… cariño, no estás siendo padre. Estás haciendo marketing de ti mismo. Con presupuesto. Y sin alma.