Sostener al náufrago mientras se quejan del agua: manual práctico para nacionalistas responsables
En política hay tradiciones más sólidas que la sardana y más resistentes que una negociación presupuestaria en agosto. Una de ellas es la noble costumbre de mantener a Pedro Sánchez en La Moncloa mientras se murmura, con voz pequeñita y gesto compungido, que “así no se puede seguir”. Junts, ERC, PNV y Bildu dominan este arte con la elegancia de un equilibrista: sostienen al funambulista… y luego se quejan del vértigo.
La escena es conocida. Rueda de prensa solemne, tono grave, palabras como “ruptura”, “límites”, “advertencia” y “preocupación”. Después, votación clave. Y, milagro: Sánchez sigue ahí. No es contradicción; es coreografía. Vamos a intentar resumir, en cuatro (o cuarenta líneas) el por qué aguantan y qué ocurriría si se desplazara el voto de esos nacionalismos a un semi pacto con PP y Vox.
Junts: la protesta premium
Junts protesta con la intensidad de quien sabe que cada amenaza cotiza. Mantener a Sánchez es, para ellos, un máster acelerado en centralidad política: amnistía, relato internacional, mesas, submesas y la sensación permanente de que Madrid camina de puntillas. De hecho, recordemos que Puigdemont, con todo bombo y platillo, anunció hace pocas semanas su ruptura “total” de las negociaciones con el Psoe porque “no me fío” y “nos hemos cansado de mentiras”.
Todo de ello cierto, pero ahí siguen los puigdemontistas: con una de cal y otra de arena en ese juego funambulista que tanto les gusta y que no hace más que regalar votos a Silvia Orriols. ¿Y qué perderían esta gente con PP y Vox? El encanto de ser imprescindibles. Con un gobierno que no negocia cada martes su propia respiración, Junts pasaría de actor principal a cameo indignado. Y eso, en política, duele más que un “no” seco.
ERC: la gestión tranquila del drama
ERC ha perfeccionado la épica administrativa: mucho discurso, poca ruptura, y una agenda que se beneficia de un Sánchez necesitado y dialogante. Mantenerlo en el poder les permite vender “avances” sin asumir incendios. Probablemente es el partido político que mejor sabe gestionar la crisis dado que la propia ERC es una crisis en sí misma.
Juegan con ventaja respecto a Junts porque los republicanos son necesarios tanto para el gobierno de España, como para el de la Generalitat catalana o del Ayuntamiento de Barcelona. Tres gobiernos socialistas en minoría que tienen otro punto en común: ninguno de los tres consigue pactar un presupuesto desde hace…
Con PP y Vox en el poder de España, el independentismo “amable” se quedaría sin cliente. Adiós a la bilateralidad, hola a la confrontación directa. Y la confrontación, cuando no la controlas, no siempre suma votos. Y a eso le tienen más miedo que a una foto de Junqueras sentado con Rufián y Abascal. A esa foto y a lo del voto útil que está arrojando a muchos esquerrans a los brazos del PSC, dejándoles cada día con menos fuerza y presencia futura en la sociedad catalana y española.
PNV: el seguro a todo riesgo
El PNV no grita: factura. Sánchez es estabilidad, transferencias, presupuesto y una Euskadi que negocia sin levantar la voz. Es la política como ingeniería financiera: si funciona, no se toca. Sin embargo, tantos casos de corrupción están dañando a las bases y votantes conservadores de toda la vida que no perdonan al “aparato” ese apoyo incondicional a Sánchez, a pesar de que necesiten a los socialistas en el gobierno vasco para seguir mandando.
¿PP y Vox qué significa para el PNV? Pues un auténtico dolor de muelas. Un gobierno menos sensible al “caso vasco”, más dado a recentralizar y menos dispuesto a llamar a Aitor Esteban por su nombre después de la “puñalada trapera” de la moción de censura a Rajoy de hace 7 años, que es la causante de la situación actual. El PNV, con ellos, perdería su condición favorita: socio preferente.
Bildu: la normalización rentable
Bildu ha encontrado en Sánchez el camino corto hacia la normalización completa: interlocución, agenda social y la posibilidad de influir sin pedir perdón por existir.
Con PP y Vox, volvería el bloqueo, el cordón y el megáfono. Mucho ruido, poca influencia. Y Bildu, hoy, prefiere influir.
De hecho, esa “normalización” le está costando su primera escisión por el descontento de parte de su rama juvenil, más de tinte comunistoide y revolucionario, que le tira en cara a “sus mayores” esa confraternización con el poder de Madrid a cambio de naturalizar al partido postetarra.
Por fin, el misterio se ha resuelto: nadie moverá ficha
Así que “esto no se puede aguantar”, dicen. Pero lo aguantan. Porque aguantar a Sánchez tiene beneficios tangibles y echarlo tiene costes políticos inmediatos. Porque el drama vende, pero la aritmética manda. Y porque, al final, nadie quiere ser responsable de abrir la puerta a PP y Vox, no por altruismo democrático, sino por puro instinto de supervivencia. Por miedo del qué dirán los que les votan y de perder sus propios beneficios económicos y políticos que la endeblez socialista les proporciona.
Moraleja: en la España actual, Sánchez no gobierna solo. Lo gobiernan quienes se quejan de él mientras lo sostienen. Y todos tan contentos. O al menos, convenientemente indignados. No se crean cantos de sirena ni a los “indignados de salón”. Se llamen Rufián, Aitor, Puigdemont o de cualquier otro modo.