¡Amnistía para todos!
El denominado procés ha terminado. O empieza de nuevo. Porque la decisión del Tribunal Constitucional de validar la ley de amnistía abre posibilidades más que ilimitadas a partir de la normalización y aceptación de ese relato que dice que por debajo de Conde-Pumpido y su mayoría progresista en el órgano que tiene como misión interpretar nuestro texto constitucional todo es cuestionable en aras de la reconciliación y, no lo olvidemos, porque solo hay facherío. Facherío hoy, claro, que mañana puede ser perfectamente que todos los jueces sean bolcheviques.
¿Qué impide a partir de ahora a cualquier Gobierno, y no solo al actual de Pedro Sánchez, acudir al Congreso a plantear una ley de amnistía en cualquier situación en la que se comprometa a personal o a allegados del mismo ante un juez o tribunal de justicia? Pues nada, realmente. Bastará con escribir en el preámbulo del proyecto o proposición de ley correspondiente que fulanito o menganito metieron mano a la caja, cambiaron unos votos por otros, distrajeron unas subvenciones o hicieron, en general, lo que les dio la gana aunque la ley dijera que no podían hacerlo, por ejemplo, simplemente por un arrebato democrático mal entendido y poco más. Y como desde este momento lo que ha de priorizarse es la convivencia y la reconciliación, incluso con los que hayan cometido un delito, porque los jueces son como son, vienen de donde vienen, y tienen los prejuicios que tienen, pues ¡voilá!, amnistía y circulen, que aquí no ha pasado nada.
Si yo fuera uno de los del trío dinamita que junto a Sánchez se pasearon por toda España en su día en un Peugeot, habría dado ya instrucciones a mi abogado para que contactara con el Gobierno para negociar cómo arreglamos esto. Y visto el precedente la cosa es sencilla: si lo que no queremos es menear el avispero, lo que hay que hacer es amnistiar a Koldo, a Ábalos y a Cerdán ya mismo. Y muerto el perro, se acabó la rabia.
Porque, como todos sabemos y el Gobierno nos ha recordado ya en más de una ocasión, la UCO y los jueces están últimamente raros. Raros en el sentido de hacer cosas raras, como investigar a gente progresista por cosas que no han pasado y que se inventan la derecha y la ultraderecha. Por delitos que no existen. Y que, si existieran, pues se amnistían y ya está, porque antes que condenar a un culpable, lo esencial es que convivamos y que nos reconciliemos. Y nada de arrepentimientos y propósitos de enmienda, que eso son cosas de la iglesia, que es tan derechona como franquista: ¿a quién le ponían el palio? Pues eso.
Si el riesgo para Sánchez y su Gobierno de progreso no es otro ahora mismo que el que se descubra que se sabía lo que sus secretarios de organización hacían o que su partido se hubiera podido beneficiar, aunque sea a título lucrativo (¡mira, como el PP!) de alguna trama de mordidas y fraudes varios, lo suyo es ponerse ya con el tema, apretar con el trámite de urgencia, pasar olímpicamente de otras mayorías en el Senado, y pactar, esto sí, con catalanes y vascos lo que sea necesario para que la tríada del Peugeot se reconcilie con los españoles y, sobre todo, que no sirvan de coartada a la policía patriótica, jueces franquistas, y pseudomedios fachas cantando la Traviata cuando les pregunten por lo que hacían ellos y por si lo sabían otros.
Pero, como les digo, recuerden que a estos lodos de Tribunal Constitucional nos han traído aquellos polvos de las negociaciones del PP y el PSOE de octubre de 2021 para repartirse, entre otros, el propio Tribunal Constitucional. Y que la ponente de la sentencia que da luz verde a la amnistía viene firmada precisamente, por la magistrada Inmaculada Montalbán, a quien el PP abrió la puerta del tribunal en su pacto por “regenerar” las instituciones. A ellos, por tanto, al PP, además de al PSOE, se lo debemos…
Que no dudemos por ello que si mañana cambian las tornas y el color del Gobierno nada impedirá que, como unos ya lo han hecho, otros se crean legitimados para hacerlo, toda vez que el “y tú más” evoluciona indefectiblemente hacia el “pues yo también”. Y si hace falta, pues habrá ley de amnistía para cualquiera que se haya… equivocado, digámoslo así. Para cualquiera con quien haya que reconciliarse pidiéndole disculpas por aplicar demasiado estrictamente la ley: si hoy han sido los independentistas que se querían, y quieren todavía, hoy más aún, cargarse el Estado, mañana pueden ser perfectamente los listos que se lo llevan calentito y que pueden hacer caer un Gobierno contado que aquí todos sabían lo que pasaba y que su partido se ha llevado su parte, se llame PP o PSOE. O cualquier otro, por supuesto.
La amnistía para todos es la solución. Para todos los que de alguna manera tengan algo que al que manda le interese, sea para tener más poder, sea para no perder el que ejerce. Y eso lo va a provechar cualquiera que gobierne, PSOE o PP, cuando toque y sea necesario, porque siempre habrá un relato y un motivo de reconciliación con quien no tengamos más remedio que tener como una oveja descarriada que debe volver al rebaño.
Eso sí: no se le ocurra a usted equivocarse en una casilla de su declaración de la renta, porque no va a haber amnistía que valga salvo que disponga de información relevante para atacar a un Estado o derribar un Gobierno. No está hecha la miel para la boca del asno, y eso incluye el derecho de gracia de los gobiernos frente a las decisiones de los jueces, y de ahí que uno se pregunte cómo indultó un Gobierno del PP, presidido por Aznar, en 1996, al tal Koldo García, todo un pieza al que alguien puso a los mandos del inframundo político de los ministerios innombrables. Ah, ¿que no lo sabían? Pues métanse en el Google y sorpréndanse.
El Tribunal Constitucional ha posibilitado algo peligrosísimo para la democracia misma: permitir que cualquier Gobierno pueda utilizar la mayoría parlamentaria, de la que ya hemos comprobado su docilidad al Ejecutivo cuando de contraprestaciones interesadas se trata, para no solo borrar culpas, sino para evitar investigaciones policiales o judiciales. Porque si la amnistía se acelera, no hay ni por qué esperar a que haya sentencias, sino que basta con archivar diligencias y cerrar instrucciones cuando parezca que van a hacer pupa.
Que, si nos ponemos, casi que disolvemos policía, fiscalía y judicatura y nos ahorramos alguna vergüencita, que aún hay por ahí quien hasta se sonroja…