OPINIÓN

Los Clásicos griegos y las Mentiras de nuestros políticos

Los modernos "sabios" griegos a la española
Estos días pasados hemos subido algún peldaño en esa disparatada carrera por ver quién es capaz, desde la escena política española, de volver a sorprendernos con determinadas afirmaciones que, en otros tiempos, habrían sonrojado al más pintado, pero que hoy parece que asumimos con la más absoluta indolencia: “mentir no es ilegal” ha sido el argumento del PP, no rectificado ni rechazado como cierto por nadie de su entorno.

La justificación estrella de la mentira, de faltar a la verdad y de no cumplir la palabra comprometida, era hasta ahora la del PSOE con Sánchez manteniendo que sus cambios de postura ante el independentismo catalán era simplemente un cambio de opinión: “eso no es mentir, es rectificar”. Lo que nos queda claro ya, con la coartada que el PP le brinda a Sánchez dando por aceptable la mentira porque no es una ilegalidad, es que da lo mismo como lo aderecemos, porque el producto es incomestible. De puro podrido.

Mentir es ilegal cuando la propia ley establece que faltar a la verdad la contraviene. Lo es cuando un testigo miente en un juicio, como cuando se falsifica un documento para hacerlo pasar por verdadero, o cuando se vende un objeto callando ante quien lo compra que es propiedad de un tercero. También es ilegal denunciar a alguien por hechos falsos, e igualmente cuando se hace una declaración fiscal ocultando datos. Por tanto, mentir sí es ilegal, aunque es verdad: precisamente cuando la propia ley así lo establece. Otra cosa es que se mienta cuando no existe una obligación legal de respeto a la verdad, como sucede en el ámbito de la acción política: cuando no se cumple lo que se ha dicho que se iba a hacer en un programa político, cuando se incumplen los compromisos electorales, cuando se hace justo lo contrario de lo que se dice que se iba a hacer. Esa mentira, efectivamente, no es ilegal, y parece que hay quien la identifica plenamente con la “noble mentira” que Platón justificaba, en su obra La República, como útil y hasta beneficiosa, cuando se da entre quienes gobiernan en tres casos concretos: para tratar con enemigos, para ayudar a un amigo, o para construir relatos de carácter mitológico.

Visto el panorama, y que en breve no sería de extrañar que nuestra clase política se remonte desde sus atriles a los tiempos del Platón clásico de hace veintitrés siglos para argumentar por qué mienten, casi que lo mejor sería empezar a rebatirlos.

Porque la mentira actual en política no se usa en el trato contra el enemigo, ya que los primeros destinatarios de las falsedades de quienes hoy nos gobiernan, así como de quienes se les oponen, somos nosotros, los ciudadanos. Y no somos nosotros los enemigos de nuestros políticos, sino precisamente los llamados a darle nuestra confianza de cuando en cuando. Y poca enemistad con nosotros demuestran con las mil carantoñas, gestos, guiños, apretones de manos y hasta abrazos cuando llega el momento de pedirnos que les votemos. No parece, por ello, que se cumpla esta primera condición que permite tener a la mentira como noble.

Por otra parte, no nos mienten para ayudar a un amigo, segunda condición de una mentira “buena”. En absoluto. Los amigos duran en política menos que un caramelo a la puerta de un colegio. A quien se ayuda cuando el político miente es a sí mismo y solo a él. Como mucho, se miente por aquel que al que le debes algo, y, sobre todo y muy probablemente, porque simplemente se trata de continuar con una primera mentira. No nos creamos, por tanto, que los políticos mienten “por” nosotros, sino que nos mienten “a” nosotros, lo que cambia totalmente el significado: no, no nos tienen realmente como sus amigos…

Y, por último, como decía Platón, se puede mentir para construir relatos mitológicos, es decir, para explicar las cosas cuando ignoramos y hasta cuestionamos su porqué. Aquí seguía el bueno de Platón la argumentación de su maestro Sócrates, que afirmaba que los dioses crearon a todos los hombres iguales, pero utilizando distintos metales en la mezcla: oro en el caso de los gobernantes, plata para quienes auxilian a los primeros, y hierro y bronce en los llamados a ser soldados, artesanos o labradores. Y así, con un mito, explicaba las diferentes clases: todos iguales en el origen, pero distintos en sus funciones sociales por designio de la divinidad. Y de una manera inmodificable, porque la esencia del metal de la mezcla de cada hombre predetermina su papel en la comunidad.

En esta tercera condición platónica, adquirida de Sócrates, es donde hoy mejor se mueve la política, que no es sino tratar de organizar la vida en sociedad. Porque hoy ninguno de nosotros aceptaríamos que el porqué de las cosas se explique por algo distinto a lo que nace de un simple discurso deductivo (la conocida como “lógica aristotélica” que explica cómo conocer la causa de las cosas partiendo de premisas conocidas como ciertas para llegar a conclusiones necesariamente verdaderas), pero curiosamente, nos quedamos en Sócrates y Platón sin avanzar hacia Aristóteles, discípulo de Platón, cuando algunos, que no todos, nos creemos los relatos mitológicos que nos plantan delante…

Termino dándoles unos ejemplos, muy recientes: hay un ministro socialista que denuncia el caos del Metro de Madrid con una foto del de París, un ex Secretario de Organización del PSOE que afirma que su hombre en Navarra traía chistorras a toneladas desde Navarra cada vez que iba por allí, y un Presidente del Gobierno actual que afirma que no felicita a la ganadora del Nobel de la Paz porque nunca lo ha hecho antes. Y sí, también hay un PP en la oposición que defiende que mentir así no es ilegal. Pero no ya por convicción, sino por interés, porque uno de los suyos, asesor de su Presidenta de la Comunidad de Madrid mantuvo ante un juez que no dijo la verdad, sí, pero que lo que contó no era información, sino “canas”…

Los platónicos dirán que todo esto son mentiras nobles, de las mitológicas, de las de guardar en el mismo cajón que los unicornios, los illuminati, las abducciones alienígenas o los chemtrails esos. Pero para otros, que somos más aristotélicos y algo más hemos evolucionado, esto es la última tomadura de pelo de quienes se ríen descaradamente de nosotros en nuestra cara, que nos mienten no porque seamos sus amigos o sus enemigos, sino porque hacen de absurdos relatos inventados su mito actual.

Que no es ilegal, vale, pero que ya está bien, hombre.