Opinió

Tribalismo y Silencio: Anatomía de una Lealtad que Todo lo Justifica

Los escándalos de corrupción que salpican al Partido Socialista (PSOE) no son solo un asunto judicial; se han convertido en una de las anomalías políticas más exasperantes de este país. Cuesta entenderlo: sus dirigentes acumulan casos graves y, aun así, una parte del electorado sigue votándoles como si nada hubiera ocurrido. Los jueces dictan sentencias en su contra, pero una gran parte de sus votantes mantiene una fe ciega, una lealtad que no tiene ninguna lógica democrática.

La tribu del PSOE

El PSOE siempre se vendió como el partido de los buenos, los que luchan por la gente humilde y tienen la moral muy alta. Pero, desde el caso Filesa hasta los últimos escándalos, ese patrón se ha convertido en un problema que les está pudriendo por dentro. Estos no son simples fallos de gestión; son la expresión de una desfachatez que roza lo indescriptible, dejando en la sociedad una sensación amarga de que se ríen de todos y de que aquí nadie paga por nada.

Esta corrupción nos cuesta mucho a todos. Destroza, por un lado, la confianza en el Gobierno y en cómo se usa nuestro dinero y por otro, les deja con el plumero al aire. Ya no pueden reclamar transparencia sin que su propio pasado les estalle en la cara, atrapados en un infantil “y tú más” que sustituye cualquier debate serio.

Pero, ¿por qué les siguen siendo tan fieles? La clave quizá esté en que la política se ha transformado en una guerra de tribus, en una forma de pertenencia casi identitaria, donde coexisten dos niveles de complicidad, por un lado, la militancia—la gente activa del partido—tiene una lealtad obligada. Para el militante, criticar la corrupción es casi una traición. Si hablas mal, te arriesgas a que te quiten el puesto o te cierren puertas. Por eso, su fidelidad termina siendo un pacto de silencio: se defiende a la organización antes que a la verdad, porque de ella dependen puestos, favores y futuro.

Por otro lado y más grave aún es la lealtad del votante de base. Su voto no es por lo que prometen; es una cuestión de fe y tradición. Votan al PSOE porque es "su gente" y porque es el único muro, dicen, contra lo que ven como el gran peligro: que gobierne la derecha. Este votante se pone una venda en los ojos por miedo. Minimiza los escándalos, diciendo que son "montajes" y “manipulaciones” de la oposición. La fidelidad se transforma en coartada: votar al mal menor antes que cuestionar a los propios y castigarles por robar o mentir se siente como hacerle un favor al adversario. Es, en el fondo, elegir la camiseta antes que la honestidad.

Este equilibrio entre la falta de ética institucional y el inmovilismo electoral no solo es pernicioso, es una sentencia contra la calidad democrática. Permite a la élite política socialista saber que, no importa cuán grave sea el desfalco o el conflicto de intereses, el castigo electoral será atenuado por el tribalismo.

La lealtad ciega no es una virtud; es un cómplice silencioso del deterioro. Exigir transparencia y honestidad no es favorecer al adversario, sino salvar los principios que el PSOE dice representar. Mientras su base siga votando con el corazón tapándose los ojos, la opacidad continuará perpetuándose, y el ciclo de corrupción jamás se romperá.