Opinión

Más políticos en la calle y menos en los despachos

En un momento en el que la desconfianza hacia la política crece, en gran parte con razón, es más urgente que nunca recordar algo básico: la política debe hacerse en la calle, no  únicamente desde los despachos. Necesitamos representantes que bajen a tierra, que  escuchen sin filtros, que caminen por las aceras del barrio y que se ensucien los zapatos para  comprender lo que realmente viven sus vecinos. La política no es un ejercicio de imagen, sino de empatía, compromiso y acción.

Durante demasiado tiempo se ha confundido liderazgo con protagonismo, gestión con  discurso, y cercanía con presencia en redes sociales. Pero gobernar no es publicar titulares;  gobernar es conocer, de primera mano, las necesidades reales de la gente. Es hablar con quien  espera meses una cita médica, con la madre que ve cómo su parque infantil se deteriora sin  que nadie lo arregle, con el pequeño comercio que lucha por sobrevivir. No se puede gobernar  un distrito desde un asiento acolchado si no se sabe cuántos pasos hay desde una parada de  autobús hasta el colegio más cercano, o si no se conoce el miedo que genera una calle mal  iluminada al caer la noche.

Los barrios tienen vida propia. Tienen ritmos, problemas y anhelos que no aparecen en los  informes oficiales. Por eso, la buena política no nace en los despachos ni en las tribunas, sino en los portales, en las plazas, en los centros de mayores, en los mercados. Necesitamos una  política que se construya desde abajo, desde lo pequeño, desde lo cercano. Una política que entienda que no hay soluciones mágicas, pero sí decisiones valientes y coherentes.

Los liderazgos sólidos no se miden por cuántas veces aparece una cara en los medios, sino por  la firmeza de las ideas que representa. Necesitamos líderes que pongan el foco en los  contenidos y no en el envoltorio; que trabajen para todos, no solo para los suyos. Porque los barrios no votan ideologías, votan resultados, compromiso y presencia. 

Es urgente que los representantes públicos recuerden para qué están: no para aspirar a  comentar o criticar la acción de otras administraciones, sino para centrarse en sus propias  competencias. Un ayuntamiento, por ejemplo, no debería perder tiempo en opinar sobre  política internacional si no ha conseguido todavía que funcionen los servicios de limpieza o que  haya suficientes plazas de escuela infantil. Gestionar bien lo pequeño es, muchas veces, el  mayor acto de responsabilidad.

Queremos políticos que estén presentes no solo cuando hay actos oficiales, sino cuando cae la  lluvia y se inundan las aceras, cuando hay que cerrar un local por ruidos, cuando una  asociación necesita apoyo para seguir funcionando. Queremos políticos que no solo prometan,  sino que expliquen lo que es posible y lo que no, con honestidad. Porque la política también es  eso: gestionar las expectativas con realismo y cercanía.

Por todo ello, este artículo no es una queja, sino una llamada. Una llamada a otra forma de  hacer política. Una forma que escuche más y hable menos, que se arremangue más y critique  menos, que camine más y prometa menos. Una política que esté donde está la vida: en la calle.