¿Cómo estaría reaccionando España?
La respuesta es clara y estruendosa: las calles estarían llenas. Cientos de miles de ciudadanos movilizados, con pancartas, megáfonos y cámaras, exigiendo responsabilidades. Los medios de comunicación de izquierdas estarían en plena ebullición, los líderes de opinión multiplicando los titulares, y cada tertulia televisiva ardiendo en indignación. No se hablaría de otra cosa. Y no se dejaría pasar.
Sin embargo, hoy, con Pedro Sánchez como presidente, el silencio es ensordecedor. Lo que en otro contexto habría provocado una revuelta social, hoy se normaliza. Y eso dice mucho sobre cómo se entiende la política en nuestro país.
Es una realidad difícil de ignorar: la izquierda se moviliza mucho más, y mejor. Lo ha demostrado en el pasado con grandes manifestaciones, movimientos sociales, y capacidad de articular el descontento en las calles. La derecha, por su parte, suele mostrar una mayor contención. Pero ¿hasta cuándo?
Una democracia sana no puede depender del color político del gobernante de turno para aplicar estándares éticos. La crítica y la exigencia de responsabilidades deberían ser universales, no selectivas. El principio de igualdad ante la ley se diluye si la reacción pública se basa en quién ocupa la Moncloa, y no en los hechos objetivos.
No se trata solo de partidos. Se trata de una sociedad civil que ha de despertar sin importar la camiseta del equipo gobernantes.