La integración de Podemos en las estructuras de poder que decía combatir marcó el principio de su declive. De criticar el "régimen del 78" pasó a formar parte de él, primero mediante pactos con el PSOE y después entrando en el Gobierno. Esta transición de la protesta callejera a la moqueta ministerial le hizo perder credibilidad ante sus bases mientras generaba desconfianza en el electorado moderado.
Las tensiones internas y las pugnas por el poder aceleraron su caída. El tratamiento recibido por Yolanda Díaz, quien tras ser impulsada por la formación acabó marginándola en beneficio propio, evidenció una cultura política donde el personalismo prevalece sobre los proyectos colectivos. La creación de Sumar no sirvió para unir a la izquierda, sino que se convirtió en el escenario de nuevas divisiones y calculados desplantes.
Pero quizás lo más preocupante para el ciudadano de a pie fueron algunas políticas impulsadas más desde las vísceras que desde la racionalidad. Reformas que priorizaban la ideología sobre la seguridad ciudadana, junto con la presencia de miembros condenados por delitos graves, alimentaron la percepción de que se normalizaba la impunidad. Para una sociedad que valora el Estado de derecho, esto resulta sencillamente inaceptable.
En este contexto, el intento de resucitar el espíritu del 15-M aprovechando crisis internacionales parece más un acto de desesperación que un proyecto sólido. La ciudadanía no olvida que el 11-M fue una tragedia nacional que algunos intentaron manipular con teorías conspirativas. Pretender capitalizar ese dolor para ganar relevancia resulta éticamente cuestionable y políticamente erróneo.
Frente a esta deriva, el centro reformista representa la alternativa sensata que España necesita. Mientras la izquierda se enreda en luchas internas y la derecha a veces cae en la tentación de la confrontación, el centro ofrece pragmatismo, diálogo y políticas basadas en el sentido común. No se trata de una posición cómoda entre dos extremos, sino de una apuesta clara por la moderación, el progreso social y la responsabilidad económica.
La experiencia de Podemos demuestra que los proyectos basados en la confrontación y el maximalismo terminan agotándose. Los ciudadanos buscan soluciones concretas a problemas reales: empleo digno, servicios públicos de calidad, seguridad jurídica y cohesión territorial. El centro reformista, con su compromiso con la gobernabilidad y las políticas sensatas, está mejor posicionado para responder a estas demandas.
El ocaso de Podemos no es solo el final de un ciclo político, sino la demostración de que España necesita menos ideología y más gestión, menos confrontación y más diálogo, menos promesas vacías y más soluciones reales. En un panorama político fragmentado e inestable, el centro reformista emerge como el espacio necesario para construir consensos y garantizar el progreso del conjunto de la sociedad.