Opinión

Me cabreo: se me pasa

Me cabreo. Sí, me cabreo. Pero lo peor es que, con el tiempo, asumimos sin ver cambios y se nos pasa, cargando una piedra más en la mochila particular de cada uno.

Y eso es precisamente lo que más me preocupa: que, como sociedad, hemos aprendido a que se nos pase el cabreo. Y son tantos, que uno apaga al otro con una nueva noticia.

Me cabreo se me pasa

No puedo entender cómo, ante la corrupción, las mentiras reiteradas y el desprecio con el que se nos trata, seguimos soportando esta farsa. Nos mienten una y otra vez, disfrazan la realidad con discursos vacíos de contenido, llenos de palabras bonitas pero carentes de soluciones. Y, mientras tanto, los que deberían estar tomando decisiones por el bien común se dedican a tirarse los platos a la cabeza.

¿Hasta cuándo vamos a soportar esta situación? Cada día me lo pregunto.

¿Cuántas veces más tendremos que cabrearnos, enfadarnos y quedarnos con esa sensación de impotencia frente a una clase política que rebaja la calidad de nuestras instituciones, que no nos da respuestas, que nos toma el pelo y saquea las arcas públicas con una gestión nefasta?

Vivimos rodeados de duplicidades, triplicidades y organismos inútiles que solo sirven para mantener estructuras de poder.

Ayer, sin ir más lejos, solté una carcajada —amarga, eso sí— cuando vi al fugado Puigdemont hablando de bajar el IRPF en Cataluña. ¡El mismo que contribuyó a inflar el aparato político hasta el absurdo!

Y, mientras tanto, un Partido Popular desorientado, rescatando banderas que nunca se dignó a cambiar, como la de los Consejos Comarcales, que siguen siendo uno de los mayores ejemplos de ineficiencia administrativa.

De verdad, ¿ustedes se creen que seguimos sin darnos cuenta? Nos toman por tontos. Pero no lo somos.

Llevamos años viendo el mismo escenario con diferentes actores, haciendo el payaso de manera continua y reiterada. Han convertido la política en un espectáculo vergonzante, muy lejos de lo que deberían ser nuestras instituciones.

Y, sinceramente, yo no quiero volver a cabrearme.

Por eso, hoy, desde este cabreo que también se me pasa, quiero hacer un llamamiento a esa gran mayoría silenciosa. A ese 50% de abstencionistas que ya no creen en nada, que se quemaron por el camino, que fueron engañados y vieron cómo su voto y su confianza se ensuciaban con pactos antinatura.

Hasta aquí, el cabreo. Porque la política no está hecha para el juego de partidos ni para repartirse parcelas de poder.

La política —la de verdad— está hecha para servir: para que personas con vocación y conocimiento profesional gestionen lo público con honestidad, rigor y sentido común.

Necesitamos políticos que aporten propuestas, medidas y soluciones reales. Que trabajen para mejorar la vida de la gente, no para perpetuarse en el sillón. Tan fácil como eso.

Por eso, debemos levantarnos y decidir —con nuestro voto— si queremos seguir cabreándonos cada día o, por el contrario, queremos, de una vez por todas, dejar de hacerlo.

Si queremos que esa gran mayoría que piensa como nosotros tenga al fin gestores públicos que nos respeten, que actúen con honradez, que entiendan que el servicio público debe ser vocacional y temporal, jamás profesional.

En definitiva, creo que sí podemos dejar de cabrearnos. Pero solo si, esta vez, no dejamos que se nos pase, tomando conciencia de la oportunidad. Puedes maldecir el destino, pero te aseguro que también puedes cambiarlo.

“La diferencia entre lo que hacemos y lo que somos capaces de hacer bastaría para resolver la mayoría de los problemas del mundo.”

— Mahatma Gandhi