Opinión

Decálogo del Manual de Resistencia para quien desea seguir gobernando

Gobernar es fácil: basta con prometer lo imposible, culpar al antecesor y salir en la foto con gesto solemne. Lo difícil es permanecer. Porque el poder, como la arena entre los dedos, se escurre justo en el momento en que uno más lo aprieta. He aquí, pues, un esbozo de manual —mitad ironía, mitad advertencia— para quienes sueñan con perpetuar su mandato más allá de lo razonable.

1. Perfeccionar el arte del pacto imposible.

Si ayer te enfrentabas a tu socio, hoy deberás invitarlo a cenar; si ayer decías “con ellos nunca”, mañana los abrazarás en el Congreso. La coherencia es un lujo de opositores, no de gobernantes.

2. Convertir la contradicción en virtud.

Decir una cosa y hacer la contraria no es un error, es una estrategia. El votante medio se quejará, sí, pero acabará acostumbrándose, porque el olvido político en España funciona más rápido que el Wi-Fi en el Congreso.

3. Inflar los gestos mientras se posponen las acciones.

Leyes grandilocuentes, campañas con mucho color, discursos épicos que se deshacen en los detalles técnicos. Gobernar se ha convertido en un espectáculo, y quien mejor actúe, más tiempo se queda en el escenario.

4. Buscar enemigos constantes.

Un gobierno sin adversarios visibles corre el riesgo de que se noten demasiado sus propios fallos. Nada cohesiona más que señalar al monstruo de turno: ayer fueron los mercados, hoy puede ser la derecha, mañana será el cambio climático… siempre hay un antagonista disponible.

5. Presentar la permanencia como un acto heroico.

No importa que el país esté exhausto o que los problemas sigan sin resolverse; lo fundamental es convencer al electorado de que, sin ti, todo sería mucho peor. Gobernar no es tanto mejorar la vida de los ciudadanos como parecer indispensable.

6. Domina el arte de la memoria selectiva

Los ciudadanos recuerdan como un amante despechado: con exageración y rencor. Conviene, entonces, reescribir el pasado reciente, pintando los desastres como pruebas de coraje y los errores como visiones adelantadas a su tiempo. “No fue crisis, fue ajuste”, “No fue caos, fue transición”. Una buena frase salva más que mil estadísticas.

7. Haz del enemigo tu combustible

Un gobierno sin adversarios es como un boxeador sin rival: se queda sin espectáculo. Exagera la amenaza, multiplica las sombras. Mientras haya un “ellos”, siempre habrá un “nosotros” dispuesto a seguirte.

8. Abraza el populismo con la delicadeza de un prestidigitador

El secreto no está en cumplir, sino en hacer creer. Como un mago que distrae con la mano izquierda mientras esconde la carta con la derecha, el gobernante debe otorgar pequeñas concesiones visibles (subsidios, obras inauguradas con cinta y tijera dorada) mientras posterga las grandes soluciones invisibles.

9. La retórica como vacuna contra la realidad

Cuando los números se rebelan, la palabra los doma. Si la inflación sube, se llama “dinamismo económico”; si la violencia estalla, es “reacomodo social”. El lenguaje es el chaleco antibalas del poder.

10. Crea ritos, símbolos y mitos

El ciudadano se olvida del decreto 342, pero nunca de la foto en la que le diste la mano al anciano del pueblo o del eslogan que repite en la sobremesa. Gobierna menos con leyes que con liturgias.

Epílogo

En última instancia, prolongar un gobierno es como intentar bailar con la música ya terminada: puedes moverte con gracia, pero tarde o temprano alguien encenderá las luces y descubrirá la farsa. La verdadera resistencia quizá no consista en aferrarse, sino en saber soltar a tiempo y dejar que la memoria te embellezca más de lo que la realidad permite.

Porque, seamos honestos, ningún manual enseña a vencer al olvido.