Opinión

La deriva ética del PSOE: de ideales a identidades, de principios a relatos

Hubo un tiempo en que el PSOE —ese partido forjado entre sindicatos, huelgas, clandestinidad y sueños de justicia social— se presentaba ante España como el rostro ético del poder. No infalible, por supuesto, pero sí principista. Con una idea clara: que el socialismo no era solo una doctrina económica, sino una moral pública. Gobernar con ética no era una opción: era su ADN.

Hoy, ese ADN parece haber mutado.

La ética del PSOE ha dejado de ser una guía para convertirse en un accesorio de campaña: se exhibe cuando conviene, se guarda cuando estorba. Se invoca la Constitución… mientras se pacta con quienes buscan dinamitarla. Se habla de igualdad… mientras se privilegia al aliado ideológico y se estigmatiza al disidente. Se presume de valores… mientras se intercambian cargos como si fueran cromos. Todo con un aire de naturalidad que, más que cínico, resulta profundamente posmoderno.

Pero lo más inquietante no es la conducta del partido, sino la complicidad de una parte de sus votantes. Porque lo verdaderamente alarmante de la deriva ética del PSOE no es solo que mienta, manipule o justifique lo injustificable, sino que muchos de los que antes lo habrían denunciado… ahora lo celebran.

¿Dónde quedó aquel votante socialista que leía editoriales, que pedía coherencia, que se indignaba con la corrupción aunque viniera “de los suyos”? ¿Dónde está el ciudadano que no aceptaba que el fin justificara los medios? Cada vez más, ese votante ha sido sustituido por el hincha: el que justifica todo lo que hace su partido y demoniza todo lo que viene del otro. El que ya no busca verdad, sino victoria.

Y así, el PSOE ha pasado de ser un partido de ideas a ser un partido de identidades. Lo que antes era un proyecto ético, hoy es un relato emocional. Un “nosotros contra ellos” en el que la ética se mide no por los hechos, sino por la bandera bajo la que se cometen.

¿Se cambia la ley penal para beneficiar a socios políticos? No es una traición al Estado de Derecho: es “progresismo”. ¿Se indulta a condenados por corrupción o sedición? No es una claudicación: es “reconciliación”. ¿Se ataca a jueces, periodistas o instituciones independientes? No es autoritarismo: es “defender la democracia de la derecha”.

El lenguaje, como siempre, maquilla el fondo. Pero la deriva está ahí: visible, cruda, sostenida.

El precio de esta deriva ética no lo paga solo el PSOE: lo paga todo el sistema democrático. Porque cuando el partido que gobernó durante más años en democracia deja de representar una idea de decencia pública, y sus votantes dejan de exigirle coherencia, se pierde una referencia moral fundamental. Y lo que viene después no es progreso, sino descomposición.

La ética política, recordémoslo, no consiste en ser perfecto, sino en no dejar de intentar ser justo. No consiste en no caer, sino en no convertir la caída en doctrina. No consiste en ganar a toda costa, sino en merecer la victoria.

Si el PSOE quiere recuperar su valor histórico, tendrá que reencontrarse con esa ética perdida. Y si sus votantes quieren evitar convertirse en simples peones de un relato, tendrán que volver a exigir lo que antes exigían con orgullo: verdad, dignidad, responsabilidad.

Porque sin eso, no hay izquierda. Ni derecha. Ni futuro.