Este recurso dialéctico, tan viejo como las piedras y tan vigente como los memes, no es otra cosa que el intento desesperado de desviar el foco cuando uno se ve acorralado por los hechos. Es el último refugio del que ha perdido la razón, pero no la voz. En vez de responder a la acusación con argumentos, se responde con un contraataque tan precario como eficaz: señalar el error del otro como si eso, mágicamente, borrara el propio.
Es, en el fondo, una versión retórica del niño que, al ser reprendido por romper un jarrón, responde indignado: “¡pero mi hermana rompió uno la semana pasada!”. Y si bien el argumento no convence ni al jarrón roto, sí tiene un efecto político notable: distrae, confunde y —a menudo— cambia el eje de la conversación.
Lo curioso, o lo trágico, es que este tipo de respuesta no se queda en las disputas infantiles. Se ha profesionalizado. Lo hemos visto en debates televisados, en discusiones políticas, en columnas de opinión. Cuando se le señala a un político un caso de corrupción, no falta quien responda: “bueno, pero en su gobierno también robaron”. Como si la podredumbre ajena blanqueara la propia. Como si el crimen fuera menos crimen por ser compartido.
Es una antítesis cruel: cuanto más podrido está el sistema, más inmunes parecen sus miembros a la culpa. El “y tú más” no redime, pero anestesia. Y en sociedades donde el cinismo se ha vuelto moneda común, la anestesia es casi un bien público.
La verdadera astucia del “y tú más” está en su “economía” intelectual. Pensar requiere esfuerzo, matizar cansa, y argumentar con rigor implica asumir la posibilidad de estar equivocado. En cambio, lanzar una acusación especular requiere apenas reflejos y un poco de desvergüenza.
Para desactivar un “y tú más” hay que hacerlo desde la paciencia, con memoria y con un gesto que parece revolucionario en estos tiempos: asumir los errores propios sin esconderse detrás de los ajenos. Si todo se resume a “tú lo hiciste peor”, entonces hemos dejado de buscar la verdad para instalarnos cómodamente en el lodazal de las comparaciones inútiles.
Y si el barro salpica a todos, ¿quién va a preocuparse de limpiar?