Israel no es el verdugo: es el escudo. Y España debería avergonzarse de su hipócrita linchamiento

Vivimos tiempos peligrosos, no por la guerra en sí, sino por la forma en que se está contando. El conflicto entre Israel y Hamas ha sido transformado en un relato simplista de buenos y malos, donde el terrorismo se disfraza de víctima y el legítimo derecho de defensa se reinterpreta como genocidio. Es el mundo al revés.

El autobús atacado hoy por los terroristas en Jerusalén y que ha constado la vida a seis personas, entre ellas a un español.
photo_camera El autobús atacado hoy por los terroristas en Jerusalén y que ha constado la vida a seis personas, entre ellas a un español.

Lo más preocupante no es la ignorancia de muchos, sino la complicidad activa de una izquierda internacional que, por oportunismo ideológico, está dispuesta a demonizar al único Estado democrático y plural de Oriente Medio, incluso al precio de blanquear a una organización terrorista islamista como Hamas.

Lo que debería ser un análisis sereno del conflicto ha sido sustituido por una campaña emocional, superficial y selectiva. Hemos pasado de la crítica legítima a un linchamiento moral sistemático, infantilizado y perverso. La izquierda occidental, otrora enemiga del totalitarismo, hoy justifica o minimiza los crímenes de grupos como Hamas si estos se envuelven en la bandera de la "resistencia". Lo vemos en universidades, ONGs, festivales de cine, manifestaciones y —peor aún— en instituciones públicas.

Películas como la reciente sobre una supuesta niña palestina de cinco años que habla por teléfono —sin pruebas verificables— están diseñadas para generar lágrimas sin contexto. No son inocentes. Son propaganda emocional cuidadosamente orquestada.

Uno debería preguntarse:

  • ¿Por qué la clase artística y los sectores culturales nunca han hecho una película sobre las guerras que los países árabes lanzaron contra Israel?
  • ¿Por qué no hay películas sobre los secuestros cometidos por Hezbollah en el norte de Israel?
  • ¿Por qué el asesinato de cinco civiles israelíes en la frontera norte no merece un guion?
  • ¿Por qué no existen películas sobre los atentados en Jerusalén, capital del Estado de Israel?
  • ¿Por qué las agresiones sistemáticas de Hamas contra civiles no tienen su película?
  • ¿Dónde están las películas sobre los niños israelíes asesinados por cohetes?
  • ¿Dónde los reportajes sobre los rehenes del 7 de octubre?
  • ¿Dónde las imágenes de mujeres violadas por fanáticos religiosos que citaban el Corán mientras cometían atrocidades?

Callar todo esto no es una omisión: es complicidad.

La respuesta de muchos de estos artistas y activistas no es humanitaria ni ética. Es ideológica. Y profundamente perversa. En el fondo, justifican el odio porque las víctimas son judías. Porque —según su lógica torcida— el judío no merece ni duelo, ni memoria, ni cultura. Solo la muerte.

Ahí tienen su “genocidio”: uno que aplauden en nombre de la justicia, cuando en realidad es puro antisemitismo disfrazado de compromiso político.

Se acusa a Israel de genocidio con una ligereza que insulta la memoria de los verdaderos genocidios. Israel avisa antes de atacar. Lanza panfletos. Hace llamadas telefónicas. Suspende ataques si detecta civiles. Hamas, en cambio, impide a su gente huir. Utiliza hospitales como bases militares. Escuelas como arsenales. Mezquitas como escudos. Israel no busca exterminar. Busca sobrevivir. Quien no lo entienda, o miente, o no ha leído un solo documento histórico, cultural de la zona.

Mientras tanto, ¿qué hace Hamas? Lo de siempre: sacrifica a su propio pueblo. Se esconde entre civiles. Convierte cada baja en munición mediática. Invierte en túneles, no en hospitales. Prohíbe a los gazatíes escapar de las zonas de combate. Cito textualmente a uno de sus portavoces: "Nosotros amamos la muerte como ellos aman la vida." Eso no es resistencia. Es nihilismo político. Es barbarie medieval.

Lo más repugnante es ver cómo en España esta narrativa ha sido asumida, amplificada y legitimada por ciertos sectores políticos que nunca han condenado la violencia, salvo cuando no les conviene. En las últimas semanas, hemos visto cómo grupos separatistas y herederos de la izquierda abertzale —como Bildu, ERC o la CUP— han hostigado públicamente a delegaciones deportivas israelíes. Se han colgado pancartas ofensivas. Se han emitido comunicados donde se justifica la violencia palestina como si fuera una forma de lucha noble.

Todo ello con el silencio, e incluso el aplauso tácito, del Gobierno de Pedro Sánchez, que ha necesitado el apoyo de estos partidos para seguir en Moncloa. No hay una sola palabra firme de condena. Ni una. Solo ambigüedades y cobardía. ¿Desde cuándo quienes colaboraron con el terrorismo de ETA tienen autoridad moral para hablar de derechos humanos? ¿Desde cuándo se ha normalizado que el antisemitismo reaparezca disfrazado de "solidaridad"?

Israel tiene defectos. Por supuesto. Como cualquier Estado. Pero es un país donde conviven judíos, musulmanes, cristianos, drusos, ateos. Donde hay elecciones libres. Donde los jueces pueden juzgar al presidente de la república. Donde las mujeres pueden conducir, votar y opinar. Donde se persigue al crimen, no a las ideas. Israel es, guste o no, el escudo de Occidente en una región plagada de dictaduras, fanatismo, corrupción y opresión. Si Israel cae, no ganará Palestina. Ganará Irán. Ganará Hezbollah. Ganará el ISIS de mañana.

Quienes hoy acusan a Israel de genocidio deberían repasar la historia. Deberían leer sobre Auschwitz. Sobre Armenia. Sobre Ruanda. Porque usar la palabra "genocidio" como insulto político es una blasfemia moral. Y en España, deberíamos mirarnos al espejo. Porque permitir que antiguos terroristas señalen a Israel mientras se lavan las manos en nombre de la paz, es una vergüenza histórica.

No es "solidaridad con Palestina". Es antisemitismo disfrazado. Y si no lo paramos, se expandirá. Israel no es el verdugo. Israel es el escudo. Y los que lo atacan desde sus tribunas cómodas en Europa están arrojando piedras contra los muros que nos protegen a todos.

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