Los datos de abstención a los que ya nos hemos acostumbrado no son fruto de la casualidad: son el síntoma de un sistema que ha dejado de ilusionar. Cada proceso electoral se convierte en un ejercicio rutinario, donde el votante se debate entre resignarse a la inercia o refugiarse en la apatía. Más preocupante aún es esa dinámica en la que, haga lo que haga un partido, mal o peor, muchos de sus votantes le siguen respaldando por pura costumbre, por identidad o por miedo al adversario.
El resultado es un círculo vicioso: partidos que no se esfuerzan por mejorar porque saben que conservarán su electorado, y ciudadanos que asumen con impotencia que “nada cambiará”. De ahí surge el espectáculo político al que asistimos cada día, más centrado en señalar al rival que en garantizar el bienestar colectivo, mejorar los servicios públicos o proyectar un futuro común.
Lo triste es que, mientras se juega a la política de trincheras, España sigue acumulando problemas estructurales que nadie parece dispuesto a afrontar con seriedad: desigualdad, precariedad laboral, falta de vivienda asequible, la seguridad, desafíos energéticos, territoriales y demográficos, culturales y educativos.
La pregunta inevitable es: ¿hasta cuándo? ¿Cuánto más debe aguantar la ciudadanía un tablero político que parece diseñado para perpetuar lo que justamente no queremos? El hartazgo social no debería traducirse en silencio ni en resignación, sino en la exigencia de una nueva forma de hacer política: más transparente, más responsable y, sobre todo, más útil.
Porque la democracia no puede reducirse a votar cada cuatro años y después soportar el espectáculo. La democracia real exige que quienes nos representan lo hagan con la mirada puesta en el futuro de la sociedad y no en la táctica del día a día. Solo así podremos recuperar la confianza y devolverle a la política su sentido más noble: servir al bien común.
Como sociedad tenemos muchos retos, tomemos la voz recordando las palabras de Mahatma Gandhi: “Lo más atroz de las cosas malas de la gente mala es el silencio de la gente buena”.
Tiempos de reflexión.