Por la izquierda hemos asistido al primer varapalo de entidad para un PSOE cuyo candidato encarnaba lo más cercano al sanchismo, todo un quebradero de cabeza, cuando no un riesgo evidente de autodestrucción, para un partido centenario. Porque, aunque Moncloa pretenda ahora desentenderse de Gallardo, lo cierto es que la sombra, y la persona misma, del presidente del Gobierno ha estado en todo momento al lado de un candidato cercado judicialmente justo por el posible enchufe del hermanísimo de Sánchez, algo que en una tierra como la extremeña suena demasiado al señoritismo terrateniente frente al que la izquierda tanto y durante tanto tiempo plantó cara.
Pero que la debacle del PSOE haya supuesto, de manera directa, y posiblemente hasta sin trasvases sucesivos de votos con paradas intermedias, un aumento del voto de la derecha más rancia y populista de Vox, deja a la otra derecha en máxima confusión. Esa derecha que en Extremadura ha pretendido centrarse con una mujer, Guardiola, dispuesta a jugársela frente a cinco diputados de esa formación con un adelanto electoral, y que ahora tiene que tragar tras su envite con lo puesto, sin lograr la mayoría absoluta -verdadero El Dorado buscado-, y teniendo enfrente once escaños ocupados por Vox: que, si no querías caldo, pues dos tazas.
Porque la verdadera batalla, una vez que los socialistas habían decidido inmolarse con un candidato pendiente de decisiones judiciales y al que ahora, más que nunca, se ha atado Pedro Sánchez en la jugada seguramente más absurda e incomprensible que se recordará en la historia de los procesos electorales de este país, ha sido la de la derecha contra la más derecha. La de PP contra Vox por lograr una mayoría absoluta que, de una vez, le apartara a Feijóo de un manotazo el molesto moscardón en que se ha convertido Abascal. Un moscardón que acaba de descubrir el truco para entrarle por una oreja y salirle por la otra sin problema alguno: confiar en el buen hacer del PSOE.
La experiencia extremeña tiene visos de repetirse en la izquierda, con mayor o menor intensidad en Aragón y Andalucía, con candidatas socialistas tan ligadas a Sánchez como Pilar Alegría o M.ª Jesús Montero, lo que no es para dar alas a las esperanzas de Ferraz en esas comunidades. Pero también en Castilla y León, con el alcalde de Soria, Carlos Martínez, autodenominado “sanchista converso”, pensando ya en cómo deshacerse de esa etiqueta que se impuso a sí mismo por mera conveniencia. Pero sobre todo con la verdad ya contrastada de que hay quien ha cambiado la papeleta socialista por la de Vox, sin escalas y como castigo ante la falsedad más descarada. Hasta ese punto de hartazgo ha llevado Sánchez y su entorno a mucho votante…
Aunque hay un dato que no deberíamos dejar pasar muchos, a la vista del intento de resurrección de un muerto que, debe decirse, hay que dejar descansar en paz de una vez por todas. Y es que la foto de una silla vacía que Ciudadanos mostró en su cartel electoral ha sido la mejor invitación para eso precisamente: para que siga sin ocupar y vacía la posible alternativa a PP y PSOE que no pase por escorarse ideológicamente hacia la demagogia y el populismo fáciles a su derecha o su izquierda. Ni esa ni las soluciones identitarias con el territorio, algo que tampoco ha funcionado en una Extremadura que es precisamente eso: tierra que Madrid ni cuida ni a la que mira. Un paupérrimo poco más de dos de cada cien extremeños han confiado en marcas a desterrar, por muy coherente que sea el producto.
Todo esto ratifica la opinión de muchos de que hay un espacio tan real como huérfano de representación política, en el que Ciudadanos fue una esperanza desgraciadamente desperdiciada. Un proyecto en el que muchos estuvimos y del que nos vimos expulsados precisamente por anunciar lo que venía: la venta a plazos y a precio de saldo al PP de ese espacio que nunca debió ser de derechas o de izquierdas, sino un espacio útil, pragmático y desideologizado. Ni siquiera “de centro”, sino para romper decididamente con la dicotomía de rojos y azules que tanto seguimos rechazando en España quienes pensamos que tal horizonte es posible.
Quienes pensamos que estamos en el momento más difícil, pero seguramente también en el mejor momento, para armar esa estructura de ideas y personas que debe trabajar por terminar con la política de trinchera para hacer política de consenso, algo para lo que es preciso estar dispuesto a dialogar siempre con quien más discrepas y no solo a dar lo que nunca se iba a entregar a quien nos exige reducir derechos y ceder en libertades a cambio de eso que llaman “estabilidad”, pero que no es otra cosa que la conveniencia de quienes se sitúan en un lado de la balanza.
Y por eso, seguramente también, ese aumento significativo de la abstención, de un diez por ciento más que en 2023, de casi cuatro de cada diez extremeños, como hemos visto en esta última ocasión: de quienes no se ven ya representados por sus candidatos y que incluso en el caso del PP dejaron de votar a la Guardiola más centrada. Un signo de que muchos seguimos esperando, en toda España como en Extremadura, a quien sea capaz de aparecer con la voluntad y la idea de ofrecer una opción y unir a ese ciudadano harto de la política ficción del bipartidismo entregado al radicalismo por conveniencia en un proyecto que, ciertamente, en estas fechas parece más necesitado de un mesías que de un líder.
Y por eso lo fundamental es construir el proyecto y encontrar a las personas: por ese orden. Porque los mesías sin mensaje, y hasta con él, suelen acabar en martirios que podemos evitarnos. Con un poco de inteligencia y perspectiva, además de generosidad.