El abuelo se acomodó en su sillón, con la mirada fija en la ventana. Afuera, el sol caía despacio sobre los tejados, y el nieto, curioso, se sentó a su lado.
—Abuelo, ¿por qué dices tantas veces que España no tiene solución? —preguntó el niño, con esa mezcla de inocencia y deseo de entender.
El abuelo suspiró, como quien carga con demasiados recuerdos.
—Mira, hijo, desde hace muchos años nos gobiernan siempre los mismos: un día unos, otro día los otros. Y mientras ellos se reparten el poder, ¿quién pierde? Los españoles. No hay confianza en sus palabras, porque las cambian como quien cambia de chaqueta. No se sientan a pensar en soluciones para todos, solo en soluciones para ellos.
El nieto frunció el ceño.
—¿Entonces no hay esperanza?
El abuelo sonrió, con esa chispa que aún guardaba en los ojos.
—Sí, hijo, siempre hay un hilo de esperanza. Quizás peque de pesimista, o quizás de realista, pero creo que quienes no pensamos como ellos, y somos muchos, podemos sentarnos juntos en una mesa. Hablar, sumar, acordar… y no levantarnos hasta llegar a un acuerdo verdadero. Ese acuerdo debe tener dos pilares: reformas y unidad. Reformas profundas, valientes, que cambien lo que ellos nunca han querido cambiar porque les quita privilegios. Y unidad de todos los que pensamos igual o parecido, porque solo juntos podremos dar forma a un futuro distinto.
El niño lo escuchaba fascinado, como si se tratara de un cuento.
—¿Y qué reformas habría que hacer?
El abuelo levantó un dedo por cada idea:
- Una educación mejor, que prepare a los jóvenes para el futuro.
- Una sanidad de calidad, que cuide de todos.
- Infraestructuras modernas, que unan pueblos y ciudades.
- Una vivienda asequible, para que nadie viva con miedo a perder su hogar.
- Pensiones seguras, que reconozcan el esfuerzo de toda una vida.
- Impuestos justos, que no castiguen a los que menos tienen.
- Una política internacional sensata, que nos haga respetados.
- Y una convivencia nacional justa, donde todos seamos iguales, vivamos donde vivamos.
El abuelo se detuvo, y con voz firme concluyó:
—Ese es el país que quiero para ti, para tus amigos, para todos los que vendrán. No será fácil, pero si trabajamos juntos, si dejamos atrás el egoísmo de los partidos y pensamos en la gente, España tendrá futuro. Las reformas son la llave, hijo, y la valentía de hacerlas será nuestra fuerza.
El nieto, con los ojos brillantes, respondió:
—Entonces, abuelo, yo también quiero trabajar por ese país.
El abuelo lo abrazó, y en ese gesto se mezclaron la nostalgia y la ilusión.