Podemos y la política del casi: Amagar y no dar

Hay partidos que hacen historia, y otros que parecen dedicados a ensayar cómo sería hacerla. Podemos pertenece, con honores ambiguos, a esta segunda categoría.

Los inicios de Podemos
photo_camera Los inicios de Podemos

Lo suyo fue siempre un amago. Amago de revolución, de transversalidad, de hegemonía cultural. En cada paso parecía asomar la posibilidad de lo extraordinario, y en cada repliegue, la confirmación de lo posible… pero frustrado. Podemos se convirtió en ese boxeador que finta más de lo que golpea: domina el gesto, el ritmo, la amenaza, pero rara vez conecta el golpe que derriba. Y así, entre el grito del 15M y la moqueta ministerial, algo esencial se disolvió: la inocencia, quizá; o tal vez la fe en que la política podía oler a plaza y no a despacho.

Podemos terminó pareciéndose demasiado al sistema que quiso dinamitar. Hablaba de la casta, y se convirtió en su eco. Prometía frescura, y terminó oliendo a moqueta húmeda. En su discurso de la gente contra la élite, acabó atrapado en el espejismo de sí mismo, como Narciso en un plató de tertulia. Aquel movimiento que surgió para cuestionar el poder, ahora se consume intentando no perderlo. De la calle a la silla, del megáfono al micrófono institucional, de la revolución a la reunión. Donde antes había poesía política, quedó la prosa del trámite.

Su historia reciente parece escrita por un dramaturgo que ama el suspense más que la resolución. Rupturas internas, alianzas efímeras, liderazgos que se miran con recelo… Podemos es el eterno retorno del “ahora sí”, seguido del inevitable “otra vez no”. Su destino parece ser la frontera difusa entre el verbo y la acción, entre la promesa y la práctica. Como esos actores que, tras una gran ovación, insisten en volver al escenario para un saludo más, aunque el público ya esté de pie, aplaudiendo por compromiso y marchando de la sala.

Hoy el partido vive en el bucle de amago. Amaga con volver a las calles, pero no sale del plató. Amaga con romper con el poder, pero no suelta la silla.  Amaga con votar en contra de la validación del decreto de embargo de armas a Israel . Amaga con renovarse, pero se mira al espejo buscando una versión anterior de sí mismo, en su intento de mantener la pureza ideológica y el control de su narrativa, ha terminado convertido en lo que más temía: una organización obsesionada por conservar su propio relato, aunque el país haya pasado página. El amago se convierte en … solamente un amago. No rompe el poder, vota a favor, no se renueva,sigue amagando una acción que no llega.

Quizá el mayor legado de Podemos no sea lo que hizo, sino lo que casi hizo. Hoy su relato suena a gastado, pero con unas enseñanzas que aún vibran: los movimientos que no saben cuándo dejar de amagar, acaban golpeándose a sí mismos y que la protesta, sin convicción, no transforma; solo hace ruido. Y el ruido, aunque parezca movimiento, también puede ser una forma de silencio.

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