Mientras Madrid se engalana como escaparate de modernidad y dinamismo, el resto del país, especialmente el mundo rural, se desangra. La despoblación avanza como una enfermedad silenciosa: pueblos que pierden habitantes, servicios que desaparecen, escuelas que cierran, campos que se abandonan. Y con ello, se pierde también el tejido social, cultural y económico que da sentido a la España profunda.
Las medidas estrella de Ayuso y Almeida, como la bonificación del impuesto de sucesiones, la rebaja del IRPF o las ayudas al alquiler, no parecen pensadas para cohesionar España, sino para reforzar un modelo de ciudad-estado. Madrid se presenta como un oasis fiscal, un refugio para capitales y talento, pero también como una burbuja que se alimenta de la periferia. Sin embargo, esa burbuja no está al alcance de todos.
Un ejemplo revelador lo protagonizan dos jóvenes de provincias que, tras obtener las mejores calificaciones en la prueba de acceso a la universidad, lograron plaza en una doble titulación que solo se imparte en Madrid. En la primera entrevista, irradiaban ilusión. Un mes después, en una segunda conversación, confesaban que habían tenido que renunciar: no podían costear una vivienda, ni siquiera una habitación en residencia. Descartaron incluso opciones como Guadalajara por los costes y tiempos de desplazamiento. El sueño de estudiar en Madrid se convirtió en una frustración. ¿Qué libertad es esa que excluye a quienes no tienen recursos?
Para entender el desequilibrio territorial, basta con ponerse en la piel de un vecino de Vinuesa, en Soria. Si decide seguir con las ovejas, debe asumir un sacrificio enorme: jornadas interminables, una burocracia asfixiante y, para colmo, le pagan el cordero al mismo precio que hace veinte años. En cambio, si abre una tienda de souvenirs para turistas, todo es más fácil, más rentable y con menos trabas. Aunque en el fondo no le guste, aunque eso signifique que haya menos ganado haciendo su labor en el ecosistema tradicional. Este tipo de decisiones, forzadas por el sistema, erosionan el equilibrio rural y empujan a los pueblos hacia una economía de escaparate, vacía de raíces.
Los incendios forestales, cada vez más frecuentes y devastadores, son una consecuencia directa de este abandono. Sin población que cuide el territorio, sin ganaderos que limpien los montes, sin agricultores que mantengan los cortafuegos naturales, el campo se convierte en un polvorín. ¿Dónde están las políticas forestales, agrarias y ganaderas que deberían equilibrar el desarrollo del país?
La alternativa no pasa por frenar el desarrollo de Madrid, sino por redistribuir oportunidades. Algunas propuestas que podrían revertir la tendencia:
- Incentivos fiscales para vivir y emprender en zonas rurales, no solo en grandes ciudades.
- Reimpulsar el modelo productivo frente al turístico, simplificando la burocracia y no imponiendo trabas a los pequeños productores.
- Cambiar el modelo agrícola y ganadero, un modelo basado en el conocimiento, el respeto y el cuidado de la naturaleza.
- Planes de reindustrialización y digitalización del campo, que lo hagan competitivo y atractivo.
- Inversión en servicios públicos rurales: sanidad, educación, transporte, conectividad.
- Políticas forestales activas que integren a la población local en la prevención de incendios.
- Campañas de prestigio del mundo rural, que lo presenten como opción de vida digna y moderna.
Madrid no puede ser un proyecto excluyente. No puede crecer a costa del resto. Porque sin campo, sin pueblos, sin diversidad territorial, España pierde su alma. Ayuso y Almeida tienen derecho a gobernar su territorio, pero también la responsabilidad de pensar en el conjunto. Gobernar mirando solo a la capital es gobernar con miopía.
La verdadera libertad no es mudarse a Madrid. Es poder elegir vivir donde uno quiera, con garantías, servicios y futuro. Y eso, hoy por hoy, está lejos de ser una realidad.
Nota:
Quisiera agradecer especialmente las valiosas aportaciones de José y Jaime Cárdenas Torroba, expertos en agricultura ecológica y respetuosa, cuya visión comprometida con un país más justo y más verde ha enriquecido este análisis. Su defensa de un modelo rural sostenible y digno es un recordatorio de que el futuro de España no puede construirse ignorando sus raíces.