El resultado es claro: la OPA ha fracasado. El BBVA no ha conseguido la adhesión suficiente y se enfrenta al dilema de lanzar una segunda oferta -más cara, más política y más incierta- o admitir que no ha podido doblegar la resistencia del Sabadell. Este desenlace, temporal o no, supone un golpe a la estrategia de concentración bancaria que desde hace años domina el sector, donde la rentabilidad parece depender cada vez más del tamaño y menos del arraigo.
Para el Banco Sabadell, el rechazo de los accionistas es una victoria simbólica. Pese a los desafíos que afronta -márgenes ajustados, digitalización, competencia creciente-, mantiene el control de su destino y preserva su marca, su cultura corporativa y su modelo de proximidad, especialmente con las pymes. No es menor el hecho de que, a diferencia de otras entidades catalanas, Sabadell sigue operando desde su tierra, con una identidad propia y con una plantilla que, en buena parte, siente como suya la bandera azul del banco.
Para Catalunya, el significado trasciende los balances. Mantener el control del Sabadell equivale a conservar una pieza estratégica de soberanía económica. En un contexto en que las grandes decisiones financieras se toman a menudo lejos -Madrid, Frankfurt o Bruselas-, conservar un actor de peso con raíces en el territorio significa mantener una voz propia en el sistema bancario español. Perderla supondría un nuevo paso hacia la centralización y la uniformidad que tanto se critican desde el tejido empresarial catalán.
Sin embargo, la batalla no ha terminado. Si el BBVA logra superar el umbral del 30 % de capital, la segunda OPA será obligatoria, y entonces el debate se trasladará al terreno regulatorio y político: ¿qué precio justo debe pagarse? ¿Qué papel jugará la CNMV? ¿Y qué harán los grandes fondos que, aunque ajenos a la identidad local, buscan rentabilidad por encima de todo?
El Sabadell ha resistido la primera embestida, pero el tablero se mantiene abierto. En el fondo, esta operación refleja algo más profundo: la tensión entre dos modelos de banca y de país. Uno, global, concentrado y orientado a la rentabilidad inmediata. Otro, arraigado, prudente y con vocación de servicio económico local. Catalunya -y España- deberán decidir cuál de los dos quieren preservar.