RTVE ejecuta órdenes políticas disfrazadas de conciencia ética. Es la demostración perfecta de lo que Ortega llamaba "la rebelión de las masas": mediocridad convertida en virtud pública, sentimentalismo como política de Estado, infantilización absoluta del juicio. Un país serio no convierte un festival de canciones en proclama ideológica. Un país serio no renuncia a su presencia internacional por caprichos partidistas. Pero España dejó de ser seria hace tiempo.
Vetar simbólicamente a Israel queda precioso en un titular progresista. Mientras tanto, la corrupción interna devora instituciones, se compran voluntades, se degrada la democracia. Pero eso no importa. La táctica es vieja: cuando el fuego llega al cuello, inventa una causa mundial, señala un enemigo cómodo y espera que la gente mire hacia otro lado. Israel es la coartada perfecta para tapar la podredumbre propia.
No hablamos de geopolítica compleja: hablamos de un país democrático atacado sistemáticamente, rodeado de dictaduras islamistas, que no necesita sermones morales de un gobierno incapaz de frenar su propia degeneración. Pero la hipocresía necesita víctimas fáciles, y ahí está Israel.
El gesto de RTVE pretende ser moral, pero como enseñaba Santo Tomás de Aquino, la moral requiere dos condiciones: intención recta y adecuación a la verdad. Aquí no existe ninguna de las dos. No hay intención recta: es pura maniobra política para satisfacer al ala radical que instrumentaliza el conflicto israelí en su guerra doméstica. No hay adecuación a la verdad: se finge sensibilidad humanitaria mientras se coopera diplomáticamente con regímenes infinitamente más represivos. ¿Arabia Saudí? Perfecto. ¿Qatar? Sin problema. ¿Marruecos? Siempre bienvenido. ¿Irán? Ni se menciona. ¿Israel? Ahí sí aparece la "firmeza moral". No existe virtud sin verdad. Esto no es ética, es oportunismo político envuelto en papel de regalo humanitario.
Ortega ya identificó este fenómeno: el tonto solemne como peligro moderno, el funcionario mediocre que se cree guardián moral del mundo mientras destruye su propio país. Retirarse de Eurovisión es ensimismamiento adolescente, una España que abandona espacios internacionales porque no tolera que la realidad contradiga sus fantasías ideológicas. "Ser de izquierdas es como ser de derechas: una de las infinitas maneras que tiene el hombre de ser imbécil", decía Ortega. Pero gobernar con esa imbecilidad ya no es anécdota, es tragedia nacional.
El problema no es Eurovisión —España ha hecho el ridículo allí muchas veces—. El problema es el precedente: un país que renuncia al mundo para vivir en su burbuja moralista, que confunde la moral con el postureo y la dignidad con el berrinche.
Y si queremos hablar de moral seria, traigamos a Kant. Su Imperativo Categórico desmonta la farsa con brutalidad quirúrgica: "Actúa solo según aquella máxima que puedas querer al mismo tiempo que se convierta en ley universal." ¿Queremos que todos los países abandonen foros internacionales cada vez que no les guste un invitado? ¿Un mundo donde las decisiones se toman por capricho emocional y no por reglas objetivas? Sería el caos absoluto. Y ellos lo saben. O peor aún: "Trata a la humanidad siempre como fin en sí misma, nunca como simple medio." Aquí se ha usado Gaza como combustible para una campaña doméstica, se instrumentaliza el sufrimiento ajeno para réditos políticos internos. Eso es profundamente inmoral. No hay interpretación posible.
Israel participa. Eurovisión continúa. España se autoexpulsa y presume de ello. El país que dio a Europa cultura, filosofía, arte, espíritu, ahora se retira de un festival musical porque sus gobernantes necesitan tapar escándalos con pancartas emocionales. La ironía final es brutal: España convierte un festival de canciones en campo de batalla ideológica mientras se niega a luchar donde realmente importa: prestigio internacional, integridad institucional, consistencia moral.
Este gesto no protege a nadie en Gaza. No condena a Israel. No cambia absolutamente nada en el mundo real. Solo demuestra que una minoría fanática ha capturado el timón moral de España y gobierna con arrogancia, hipocresía y mediocridad. Que se retiren de donde quieran. Pero no en nombre de España. Y desde luego, no en nombre de la moral.