A ver, alguien tiene que decirlo: la Navidad en Cataluña ya no es Navidad… es una rave en la que conviven más personajes que en un crossover de Marvel. Cada año aparece uno nuevo, como si hubiera un casting abierto permanente: “Buscamos figura entrañable para liar a los niños, repartir regalos y multiplicar el gasto en decoración. Experiencia no requerida. Se valora carisma y capacidad de aparecer sin previo aviso en casa ajena”.
Porque vamos a ver:
El Tió: un tronco que come mandarinas y “caga” regalos. Seamos sinceros: ¿cómo explicamos en el resto del mundo que aquí le pegamos palos a un tronco con barretina para que defeque turrones y almendras? Y lo más fuerte no es eso. Lo verdaderamente mágico y digno de estudio antropológico es que conseguimos que la gente se lo crea, lo encuentre entrañable y encima se emocione comiéndose lo que el tronco ha “cagado”.
O sea, tú intenta contar esto fuera de Cataluña sin que te miren como si hubieras desayunado vino caliente. Imposible. Pero oye, tradición es tradición, y aquí defendemos al Tió como si fuera patrimonio de la humanidad y no un tronco performer especializado en repostería festiva.
El Elfo: que no existía en España hasta hace cuatro telediarios y ahora vive infiltrado en todas las casas, haciendo travesuras que nadie pidió. Honestamente, ¿a quién se le ocurrió la brillante idea de importar un muñeco cuyo único propósito en la vida es hacer putadas a los niños?
O sea, tú ponlo en perspectiva: un ser diminuto, con cara de psicópata navideño, que se dedica a esparcir harina, esconder cosas, montar escenas del crimen con rotuladores y luego encima hay que sacarle fotos cada día como si fuera un influencer.
Normal que luego los niños se coman tan felices lo que “caga” el Tió. Después de sobrevivir al Elfo, cualquier cosa les parece bien. Al menos el Tió solo pide mandarinas y devuelve turrones, no traumas.
El Caganer: mi favorito. Porque admitámoslo: en Cataluña, entre el Tió y el Caganer, la Navidad va de cagar. Una línea temática clara, coherente y, cómo no, profundamente espiritual. Esa estampa de un señor agachado, enseñando el culo, plantado delante del Niño Jesús. Con dos cojones, como si aquello fuera lo más normal del planeta. Intenta contar esto fuera de aquí sin que te miren como si hubieras perdido completamente la dignidad y el juicio a la vez.
Pero lo mejor no es eso. Lo mejor es que cada año aparecen más caganers, porque ahora les ponemos la cara de personajes famosos. O sea, que tú montas tu belén y de repente tienes a Shakira, en cuclillas, soltando lastre delante del Jesusito recién nacido, como si aquello fuera parte del álbum navideño.Y nadie se inmuta. Aquí lo vemos y decimos: “Ohhh, mira que maco”. Tradición pura. Porque nada significa “espíritu navideño” como un famoso acaba evacuando en mitad del portal. Eso sí que es cultura popular, y lo demás son tonterías.
Papá Noel: el señor que trabaja un día al año y aun así llega tarde, repite regalos y aparca fatal el trineo. Vamos a ver: este hombre tiene 12 meses para prepararse, una plantilla de elfos explotados, renos con GPS intermitente y un taller nórdico que parece Amazon Prime… ¿y aun así cada año pasa algo? Que si se confunde de casa, que si trae calcetines cuando pediste auriculares, que si deja las huellas de nieve en el parqué recién fregado… Y lo mejor: todo el mundo lo justifica. “Ay, pobre, es que tiene mucho trabajo”. Perdona, cariño, que trabaja UNA noche. Una.
Y encima va de autónomo de élite: no presenta IVA, ni modelos trimestrales, ni sabe lo que es un recargo de equivalencia, y nadie le dice ni mu. A ver si en el Polo Norte le hacen una inspección y se le bajan los humos y el trineo. Eso sí, se pasa por las casas sin avisar, se cuela por chimeneas que no existen, se come tus galletas, se bebe tu leche y todavía tenemos que darle las gracias.
Y mira, ya que trabaja un día al año, que aproveche y se lleve al Elfo. Que se lo quede allí, en el Polo Norte, entreteniendo renos, atascando cañerías o haciendo travesuras donde no haya humanos..
Los Reyes Magos: los únicos que vienen con regalo y con charla moral incluida. Y si eres niño, ya sabes: o te portas bien, o carbón; si eres adulto, te lo comes igual. Son tres, vienen de Oriente, viajan con camellos, cargan con media tienda de juguetes y aun así tienen tiempo para juzgar tu comportamiento anual como si fueran un tribunal celestial.
Y lo mejor: cada familia tiene su propio protocolo mágico, que si hay que dejar agua para los camellos (que nadie sabe cuántos son), que si un vasito de anís para Melchor, que si polvorones “por si llegan con hambre”, cuando claramente vienen de una ruta gastronómica de 6.000 kilómetros.
Eso sí, los Reyes siempre traen el discurso moralista de temporada: “este año te has portado regular”, “tienes que esforzarte más”, “a ver si recoges tu cuarto”. Vamos, que después de Papá Noel autónomo y del Elfo psicópata, llegan tres coachs espirituales a darte feedback no solicitado. Pero mira, al menos son puntuales, elegantes y no se comen nada de tu cocina. Ya con eso ganan puntos.
Total, que uno sale a la calle en diciembre y parece el backstage de Benidorm: Elfo con resaca, Tió pidiendo frutas, Caganer marcándose un squat, Papá Noel estresado y los Reyes preparando una gira que ni Rosalía.
Navidad, cariño, ¿estamos bien? Porque yo ya no sé si estamos celebrando una tradición o participando en un experimento sociológico a gran escala.
Pero eso sí: ¡Qué fantasía de caos organizado! Y qué suerte tener tantos personajes para justificar cada compra, cada chocolate caliente y cada siesta emocional con mantita y sofá.