Porque nuestra querida Vieja Europa, con su alergia al conflicto y su pasión por las declaraciones institucionales, está instalada desde hace años en un estado permanente de buenismo gourmet.
Un buenismo suave, con aroma a derechos humanos y textura de comité de expertos, que queda fenomenal en las cumbres… pero que funciona regular cuando alrededor tienes actores internacionales que no están para meditaciones guiadas precisamente.
Y aquí entra Marruecos, que últimamente está en modo “gimnasio militar + reivindicación histórica con proteína”. Un país que cada dos por tres suelta un “cariño, que lo mismo militarizo mis cosas, eh”, como quien te avisa de que igual esta noche saca la basura… o igual invade tus islas, ya se verá.
Europa, mientras tanto, toma nota. Pero claro, la nota la toma en un cuaderno reciclado de tapa dura, con un boli de bambú y una tipografía cursiva, mientras debate si lo más adecuado sería una resolución no vinculante, un comunicado de preocupación o, si se vienen muy arriba, una mesa de diálogo multilateral con brunch vegano.
Porque esa es la esencia de nuestro continente: el arte de reaccionar tarde, mal o con una longaniza de burocracia de por medio mientras el resto del mundo juega al ajedrez, moviendo piezas, calculando riesgos y marcando territorio. Europa juega al UNO, pide turno, pregunta si los colores sientan bien y se disculpa por existir.
Y así estamos: Marruecos enseñando bíceps diplomático, Turquía recordando que ahí está para lo que haga falta (sobre todo para lo que no te hace falta), Rusia levantando cejas y fronteras, y China tomando apuntes para dominarnos con la misma suavidad con la que te venden un cargador de móvil en Aliexpress.
Mientras tanto, Europa continúa encerrada en su spa geopolítico, aplicándose mascarillas de consenso, exfoliantes de valores fundamentales y un sérum de autocomplacencia muy potente.
No es que nos vayan a comer la tostada. Es que ya se la han comido, han fregado el plato y han dejado el lavavajillas en marcha.
Pero Europa sonríe. Porque tiene principios. Tiene convicciones. Tiene tratados. Lo que no tienes, Europa, cariño, es reflejos. Y, a este paso, tampoco desayuno.