Institucionalismo, límites y desgaste en la lucha democrática venezolana

Capriles y Guaidó

El largo proceso de resistencia democrática que vive Venezuela tiene su punto de partida inmediato en el ascenso de Hugo Chávez Frías, producido en dos tiempos y por dos vías que marcaron de forma indeleble la vida política del país.

Primero, mediante un golpe de Estado militar en febrero de 1992, en el que unidades sublevadas, incluida la aviación golpista vinculada a Chávez, bombardearon el Palacio de Miraflores y otros objetivos estratégicos. A aquel episodio se le atribuyeron, según denuncias posteriores, alrededor de 400 muertos y más de 1.000 heridos, instaurando la violencia como herramienta legítima del discurso político. Segundo, a través de su llegada al poder por la vía electoral en 1998, en unas elecciones que fueron denunciadas por la oposición y por diversas organizaciones internacionales por la falta de equidad, el uso masivo de recursos públicos y la creciente presión sobre los medios de comunicación.

Capriles y Guaidó
photo_camera Capriles y Guaidó

Desde los primeros años del chavismo comenzaron también a acumularse denuncias sobre operaciones petroleras opacas, en particular el uso de buques con bandera falsa o de conveniencia que supuestamente trasladaban crudo venezolano hacia Cuba. Según esas denuncias, la isla recibiría solo una parte del petróleo, mientras el resto sería revendido a China a cambio de pagos en efectivo, fuera de los circuitos financieros transparentes, consolidando una red económica paralela que reforzó la dependencia geopolítica del régimen y la corrupción estructural del Estado.

En ese contexto de degradación institucional progresiva, captura del aparato estatal y pérdida de garantías democráticas, la oposición venezolana emprendió un largo y accidentado camino de resistencia, especialmente protagonizado por su juventud. En ese recorrido destacan dos figuras que encarnaron la apuesta institucional frente al autoritarismo: Henrique Capriles Radonski y Juan Guaidó Márquez.

Chavez_se_rinde
Chavez_se_rinde

Capriles: la promesa institucional que rozó la victoria (2000–2013)

Henrique Capriles Radonski representa la oposición institucional moderada surgida a comienzos del siglo XXI. Abogado, de extracción urbana y clase media-alta caraqueña, fue uno de los fundadores de Primero Justicia, partido que apostó por reconstruir la democracia desde el terreno electoral y la gestión pública. Su perfil fue siempre el del gestor civil, alejado del lenguaje insurreccional y orientado a captar mayorías amplias.

Capriles alcanzó relevancia nacional como alcalde y posteriormente como gobernador del estado Miranda, uno de los más poblados e importantes del país. Su momento histórico llegó con las elecciones presidenciales de 2012, frente a Hugo Chávez, y especialmente con las de 2013, ya contra Nicolás Maduro, cuando quedó a escasa distancia de la victoria en unos comicios ampliamente cuestionados.

Aquella derrota por un margen mínimo convirtió a Capriles en símbolo de una posibilidad real: el chavismo podía ser derrotado en las urnas. Sin embargo, su decisión de canalizar las denuncias de fraude exclusivamente por vías legales marcó el inicio de su desgaste político. Para una parte significativa de la ciudadanía, aquella prudencia fue interpretada como responsabilidad; para otra, como una oportunidad histórica perdida.

Henrique-Capriles
Henrique-Capriles

El agotamiento del institucionalismo clásico (2013–2017)

Tras 2013, el margen de acción de la oposición institucional se fue estrechando de manera drástica. El régimen consolidó el control del Consejo Nacional Electoral, del Tribunal Supremo de Justicia y de los principales resortes del Estado. Capriles fue finalmente inhabilitado políticamente, una medida administrativa que simbolizó el cierre del camino electoral competitivo.

En paralelo, el país entró en una crisis económica y social sin precedentes, con escasez generalizada, colapso de los servicios públicos y una emigración masiva. La vía institucional, sin respaldo de poderes reales ni capacidad de coerción, quedó expuesta a sus límites estructurales.

Guaidó: legalidad constitucional y anomalía histórica (2019)

En este escenario de agotamiento surge Juan Guaidó, un dirigente joven, ingeniero de formación y militante de Voluntad Popular, que hasta entonces no figuraba entre los grandes referentes nacionales. Su ascenso no fue fruto del carisma personal, sino de una circunstancia constitucional excepcional.

El 5 de enero de 2019, Guaidó fue elegido presidente de la Asamblea Nacional, único poder del Estado con legitimidad democrática reconocida tras las elecciones legislativas de 2015. El 23 de enero, invocando la Constitución vigente —en particular el artículo 233—, asumió el cargo de presidente encargado de Venezuela, ante la consideración de que Nicolás Maduro ejercía el poder de forma ilegítima.

Se produjo entonces una situación histórica anómala: Guaidó fue reconocido como presidente legítimo por más de cincuenta Estados, entre ellos Estados Unidos, Canadá, la mayoría de países de la Unión Europea y diversos gobiernos latinoamericanos, así como por instancias como el Parlamento Europeo y la OEA. Nunca antes la oposición venezolana había alcanzado un nivel de respaldo internacional semejante.

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Juan Guaidó

La ocasión perdida

Pese a ese reconocimiento exterior, el poder real permaneció intacto en manos del régimen. Las Fuerzas Armadas, los cuerpos policiales y de inteligencia —profundamente infiltrados y asesorados por Cuba, con apoyo estratégico de Rusia, Irán y China— no dieron ningún paso decisivo. La sociedad civil, exhausta tras años de represión y crisis, no pudo sostener una movilización prolongada.

Se abrió entonces un debate que aún persiste: ¿fracasó el proyecto de Guaidó por falta de talla política, por soledad frente a los poderes fácticos, o por haber sido absorbido y neutralizado por agendas externas —desde Washington hasta ciertos gobiernos europeos— más interesadas en la contención que en la ruptura real del régimen? La figura de Guaidó, portador de una antorcha viva en 2019, terminó diluyéndose en un parlamentarismo tolerado por el sistema de Maduro, hasta desaparecer del primer plano político.

Hoy, Juan Guaidó no forma parte de la Asamblea Nacional venezolana ni ejerce cargo institucional alguno. Su salida del escenario activo y el posterior silencio han sido interpretados de forma desigual: para algunos, como una retirada forzada; para otros, como una deriva que roza la complicidad pasiva.

Conclusión

Capriles y Guaidó representan dos momentos consecutivos de una misma estrategia: la confianza en la institucionalidad como vía para derrotar un régimen que, en la práctica, había dejado de ser democrático. El primero demostró que el chavismo podía ser desafiado electoralmente; el segundo, que incluso el respaldo internacional y la legalidad constitucional resultan insuficientes sin control efectivo del poder real.

Ambos encarnan los límites y el desgaste de una oposición que luchó durante años dentro de las reglas, mientras el adversario las destruía. Su recorrido forma parte inseparable de la historia de la resistencia venezolana y prepara el terreno para comprender la irrupción de una nueva etapa, representada por María Corina Machado, donde la ruptura vuelve a ocupar el centro del debate democrático.

Segundo artículo de la serie dedicada a las principales figuras de la resistencia democrática venezolana.

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