“No contemplamos el escenario de no poder cerrar el proceso de investidura en cuatro años. No hay 'Plan B'. No estaré en el Congreso ni un día más de los dieciocho meses que marca la hoja de ruta". Estas fueron las palabras literales de Rufián en diciembre de 2015, hace ahora justo diez años, en plena campaña electoral, cuando se cuestionaba que una fuerza abiertamente independentista se presentara a las elecciones generales de un Estado que rechazaba y del que pretendía marcharse. Rufián prometió, literalmente: “En dieciocho meses dejaré mi escaño para regresar a la República Catalana", reafirmándolo con un expreso “sí, sí, dieciocho meses. Lo que está pactado. Y vamos a cumplir los tiempos”…
En este diciembre de 2025, dos largos lustros después de aquel compromiso, Rufián no solo no se ha marchado del Congreso, como Cataluña no se ha marchado de España, sino que se mantiene en su escaño en una constante pirueta de malabarista de circo cuya función nunca termina porque siempre encuentra un nuevo redoble de tambor.
Conozco a Rufián personalmente por haber coincidido en el Congreso con él, y debo decir que es un tipo listo, agradable al trato y muy, pero que muy rápido mentalmente en los juegos de palabras, enorme en la capacidad de generar mensajes y, sobre todo, respuestas. No lo traté más que un par de veces, en comentarios ocasionales tras alguna intervención desde la tribuna, pero le reconozco su atractivo, más allá de coincidir o no políticamente. Pero seguramente Rufián no sea un político que vaya más allá de eso, de responder ingeniosamente y con descaro, de disparar balas de realidad a quienes juegan a ocultarse tras la cortina de la ambigüedad, incapaz de acudir a sí mismo cuando debe poner los pies en el suelo y dejar de levitar en redes sociales.
El personaje es alguien completamente inhabilitado como referente desde el momento en que incumplió lo que él mismo llamó su “hoja de ruta” y “lo que está pactado”, que era justamente ser el último testigo de la ruptura institucional de Cataluña con España para decir adéu al Estado opresor. Y lo está, además, porque hoy mantiene no solo su escaño, con sueldo y prebendas correspondientes, sino que no pisa territorio de su República Catalana soñada ni por casualidad.
Es más: el único objetivo de Gabriel Rufián actualmente es conseguir que en España se conforme una coalición de partidos de izquierda nacionalista, regionalista e independentista, con la que mantener escaños, dinero y presencia en el tan odiado como necesario Madrid. Y si para eso necesita tiempo, nunca serán un obstáculo las proclamas de una izquierda de la gente, más allá de las banderas -a las que Rufián ha tratado de trapos cuando le ha convenido- con las que de vez en cuando amenaza a Sánchez y al PSOE. La última, esta misma semana, echándole en cara al Gobierno que a la gente “no le da” para llegar a fin de mes pese a que Sánchez presuma de que “España va como un tiro”.
Los últimos ejercicios de equilibrio de Rufián, y por extensión de ERC, en Madrid para aguantar, resistir y que no le falte sillón, porque a él sí le da para llegar a fin de mes, son prometer que retirarán su apoyo a Sánchez “si se demuestra que ha habido financiación irregular”. No le importa, por tanto, que el dinero haya ido de bolsillo en bolsillo entre secretarios de organización socialista o que una afiliada de Ferraz, que presumía de fontanera, esté ya entre rejas por presuntos amaños de contratos públicos de la mano de todo un ex presidente de la SEPI. Como no le toca ni de lejos que estemos descubriendo a golpe de denuncia pública que en el PSOE ha habido más acoso sexual a las mujeres que cuando el rapto de las sabinas.
Rufián es, por ello, el paradigma del político que siempre tendrá una excusa para distraerse de sus palabras anteriores. ¿Qué más dará dieciocho meses o dieciocho años, si lo fundamental es parar a la derecha? ¿qué importancia tiene ahora una República Catalana por mucho que la misma sean dos de las palabras del nombre de tu partido? ¿qué necesidad hay de inmolarse por la izquierda, la tercera palabra en cuestión, si lo esencial es ver si un juez sentencia que hubo financiación irregular del PSOE y no si las políticas sociales que está llevando a cabo son realmente sociales y de izquierda?
Gabriel lo arreglará en breve con un tuit, con una de esas dianas a las que nos tiene acostumbrados, y con las que nos tiene engañados. Con un nuevo llamamiento a parar a la derecha, a preocuparse por las necesidades de la gente, y a plantear cómo cambiar, en definitiva, el mundo en que vivimos. Es capaz de hacerlo no en dieciocho meses, sino en dieciocho segundos. Otra cosa será que dentro de dieciocho años sigamos esperando a que políticos como él hagan de una vez algo de lo que prometen tan rápidamente. Y hasta seguirán cayéndonos bien…