El dilema del político español: ¿borro o no borro este Whatsapp?

No son casos, iguales. Ni siquiera comparables, seguramente, pero nos han mostrado recientemente lo útil que puede ser -o no, claro, porque dependerá del contenido de la misma-, saber guardar a buen recaudo la información que supone la ida y venida de mensajes que, muchas veces inocentemente y sin pensarlo mucho, enviamos y recibimos con nuestros teléfonos móviles. Que se lo digan, si no, a Álvaro García Ortiz, a Salomé Pradas, o a Juan Lobato.

Hasta los leones del Congreso se guardan sus whatsapp, por si acaso....
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Álvaro García Ortiz es el ya ex Fiscal General del Estado que ha sido condenado, o lo será un día de estos, cuando por fin sepamos los motivos por los que el Tribunal Supremo ha decidido que así sea, por no poder demostrar su verdad, la que incluso algún periodista testificó que era tal, sobre su filtración de datos que no debían saberse. Porque borró las únicas pruebas que posiblemente podrían haber demostrado que era inocente, de acuerdo con un protocolo de seguridad que se ha demostrado, esto sí, que solo conocía él. De hecho, y aunque habrá que esperar a la sentencia del espóiler, es más que probable que esa desaparición de la información de los terminales electrónicos del ex FGE sea presentada como el indicio irrefutable de que bueno no podía ser precisamente lo que los mensajes entre fiscales, o entre el jefe de los mismos y quién sabe qué terceros, cruzaron el espacio virtual en esos días de marzo de 2024.

De haber guardado esa información, que no pudo ser hallada siquiera en los servidores de correo y mensajería, quizá hoy la suerte de García Ortiz hubiera sido otra, porque la verdad habría salido a la luz. O tal vez no y por el mismo motivo: porque la verdad habría salido a la luz, y ser peor de lo que sabemos. Nunca lo averiguaremos, aunque hay quien dice que lo digital, como la energía, ni se crea ni se destruye, sino que solo se transforma, y que lo que falta es saber cómo decodificarlo.

Salomé Pradas es la ya ex consellera de Emergencias que tuvo la mala pata de tener que gestionar como principal responsable la mayor catástrofe natural que ha vivido la Comunidad Valenciana en mucho tiempo. Y la verdad es que no pudo hacerlo peor, posiblemente porque nunca supo a qué se dedicaba, qué recursos y medios tenía, o de qué manera gestionar sus responsabilidades. Pradas no borró, según acabamos de saber, ni uno solo de los mensajes que en un solo fatídico día de octubre de 2024 también cruzaron el espacio digital, en este caso, intentando llamar a su President, o pidiéndole a Mazón que contestara a sus mensajes. Aquí no hubo protocolos de borrado ni intención alguna de hacerlos desaparecer. Precisamente porque a la ex consellera le iba mucho en guardar esa correspondencia.

Según el acta notarial en la que Pradas ha presentado sus mensajes electrónicos con Carlos Mazón el ex president sí estuvo informado de lo que empezaba a suceder a mediodía de ese 29 de octubre de 2024. Es más: sabemos ahora, algo que Mazón ha negado en todo momento hasta hoy, que Pradas le mostró la preocupación por lo que podía pasar en la maldita rambla del Poyo (“Pollo”, según ella). Y con ello se ha demostrado finalmente lo de que las mentiras tienen las patas cortas y, sobre todo, que Mazón ha engañado a todos, absolutamente a todos, incluso en sede parlamentaria, rechazando una y otra vez que supiera lo que se les venía encima a los valencianos.

El Chat del Whatsapp se ha convertido en una herramienta indispensable
El Chat del Whatsapp se ha convertido en una herramienta indispensable

Guardar esa información no va a exonerar de sus responsabilidades a Salomé Pradas, porque eran suyas y solo suyas, pero sí saca a la luz la realidad y la verdad: que Mazón se fue alegremente (¡cojonudo!) a comer a El Ventorro sin mostrar la más mínima sensibilidad o responsabilidad. Y lo peor: que después se ha pasado más de un año mintiendo descaradamente con cara de aflicción pensando que, quizá, Pradas no tendría guardados los mensajes o que, aun teniéndolos, nunca los revelaría. Sin contar con que su consellera, ya cesada, no tiene lealtad alguna que guardar a un embustero y que no piensa comerse sola el marrón.

Juan Lobato es el ex portavoz del PSOE en la Asamblea de Madrid, a quien conminaron desde su partido a revelar en público lo que nuestro protagonista inicial, Álvaro García Ortiz, según parece, tuvo que filtrar por sí mismo porque Lobato dijo que nones, sabiendo que la información era confidencial y un más que posible delito el desvelarla. Y Lobato, como Pradas, tampoco hizo borrón y cuenta nueva, sino que se plantó también en una Notaría a poner negro sobre blanco, y con el sello de un fedatario público, sus mensajes con quien en el PSOE, curiosamente, sí se ha deshecho de cualquier rastro comunicativo con él. Hasta el punto, incluso, de borrarlo de su memoria humana, además de la digital.

A Lobato, como a Pradas, le ha salvado la prudencia -y la inteligencia- de no borrar y guardar lo hablado con terceros. Y, de hecho, muy probablemente, estaría el ex portavoz madrileño hoy soportando el peso de la ley de no haberlo hecho, porque, justamente, otros quisieron utilizarlo como instrumento de una ilegalidad. Si a Pradas no le salvó el guardado de los datos y mensajes, aunque sí ha demostrado la verdad, a Lobato sí que le ha salvado precisamente el poder acreditarla por la misma vía: atesorar lo que dijo y lo que le dijeron por el wasap.

En conclusión, que como si se tratara de un Barrio Sésamo de la era digital, ya sabemos, queridos niños, lo importante que puede ser guardar eso que hablamos y escribimos con otros a través de nuestras aplicaciones electrónicas del móvil. O quizá lo importante que resulta no guardarlas si no interesa. De ello depende, del puñetero móvil y lo que un día tecleamos, que seamos un fiscal delincuente, una política inútil o un portavoz astuto, a elegir.

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