Jean Castel, secretario de organización de Cree (una de esas formaciones de centro reformista) y exdiputado de Ciudadanos, lo ha expresado con claridad en su reciente artículo publicado en “El Mundo”: “España necesita volver a situarse en la centralidad, en la moderación y en la responsabilidad institucional como motor del futuro”. La frase de Newton que cita —“la unidad es la variedad, y la variedad en la unidad es la ley suprema del universo”— resume bien la idea de que un país solo avanza cuando es capaz de integrar diferencias y construir desde la pluralidad. Y hoy, más que nunca, se hace evidente que la crispación política está impidiendo que las grandes prioridades nacionales puedan desarrollarse con estabilidad.
Los pilares de una sociedad moderna —sanidad, educación, vivienda, servicios sociales, cultura, atención a los mayores, empleo, seguridad, sostenibilidad— se han convertido en rehenes del clima político. Cada reforma es un campo de batalla y cada avance, un arma arrojadiza. No hay más que observar el larguísimo y extenuante camino de la denominada “ley ELA” que empezó en una legislatura anterior siendo aceptada por todos a propuesta de Ciudadanos pero que, tras guardarse en el cajón, se ha aprobado definitivamente hace unos trece meses y, ahora, se le ha dado dotación presupuestaria, aunque no sabemos cómo se va aplicar si España sigue sin presupuestos aprobados en las Cortes.
La política ha reducido su mirada al corto plazo y ha dejado de pensar en las próximas generaciones para centrarse únicamente en el próximo titular. Por eso comienza a tomar fuerza la idea de convocar una gran cumbre nacional de las fuerzas de centro: un espacio plural en el que, partidos con representación institucional junto a nuevas plataformas y actores reformistas, puedan compartir ideas, elaborar propuestas y levantar, juntos, un proyecto de país.
Castel reconoce, además, que ese centro no es una abstracción ni un ideal romántico: tiene nombres, trayectoria y competencias. Es la forma de liderazgo que han representado figuras como Edmundo Bal, Ignacio Aguado, Miriam González, Ángel Montealegre, José Enrique Aguar, Javier Benavente o Carlos Pérez Nievas, entre otros. Representan una política serena, con cultura institucional, vocación pública y voluntad de llegar a acuerdos. Demuestran que el centro reformista tiene rostro, contenido y viabilidad, siempre que sea capaz de superar la fragmentación y unificarse en un proyecto común con ambición nacional.
Castel apela también a un deber ético: la responsabilidad de estar a la altura del momento. Ser generosos. Ser valientes. Dejar atrás cálculos tácticos que sólo conducen a la confrontación y construir, juntos, el espacio político que España lleva demasiado tiempo esperando. Un espacio donde las siglas no sean murallas, sino puentes; donde las diferencias no dividan, sino complementen; donde el liderazgo se mida no por el poder que se ejerce, sino por la capacidad de unir y servir a la sociedad.