A ver si aprendemos a decir que hasta aquí hemos llegado y dejemos de votar a los peores, a los que nos han engañado

Llevamos años votando a los peores

Y no será, posiblemente, porque no sepamos de la baja calidad, demostrada en muchos casos, de aquellos en quienes terminamos depositando nuestra confianza, sino por la todavía peor propuesta de otros que, al amparo de siglas diferentes, se nos han planteado como alternativa a todos los demás, elección tras elección. Que de esa convicción se derive la decisión de abstenerse y pasar esos domingos en la playa o en casita viendo la tele parece lo más lógico.

Si el proceso de formarse uno su voluntad de votar a uno u otro partido fuera el propio del método científico, el empírico de prueba-error, el de observar resultados acreditados de los que extraer conclusiones lógicas, hace muchos años que los dos grandes partidos tradicionales, PP y PSOE, debieran haber desaparecido de nuestra vista. Porque, desde luego, ocasiones y tests hemos tenido más que suficientes, y resultados de error tenemos para dar y vender.

El último episodio que nos lleva a concluir que hay algo mal en esta ecuación por la que unos se presentan a las elecciones y otros decidimos cuál de entre ellos merece nuestro respeto y apoyo, a quién otorgamos nuestra confianza, es el de los títulos fake que, de repente, han empezado a aflorar como champiñones uno tras otro. Y lo peor no es que haya políticos con título o sin él: lo malo de verdad, y parece que no queremos darnos cuenta de ello, es que nos hayan estado engañando con lo de ser quien se dice ser sin serlo realmente. Mintiéndonos. A ver si nos vamos dando cuenta.

Al calor del caso de la popular Noelia Núñez se han sumado otros que ya venían de atrás y que conocíamos por los medios, como el de los socialistas Óscar Puente y su máster que no lo es, o Pilar Fuentes y las licenciaturas que nunca cursó. De hecho, el origen de todo este lío ha sido, precisamente, la incontinencia tuitera del ministro socialista de Transportes contra aquella diputada del PP madrileño, y que hoy se le viene encima de vuelta como un bumerán, que así es la torpeza supina de los que nos llevan las cosas públicas.

El penúltimo caso, porque no crean que esto ha terminado, ni mucho menos, que aún nos quedan sorpresas por descubrir, nos llega de un funcionario público y político, también socialista, valenciano por más señas, José María Ángel Batalla, que ha estado nada menos que la friolera de casi cuatro décadas disfrutando de un puesto público del que ahora, obviamente, nadie puede dar una explicación sobre cómo lo obtuvo cuando la titulación académica que tuvo que presentar ni siquiera existía. Si ya sabemos que el citado Ángel Batalla fue alcalde y senador, siendo el hasta hace poco comisionado del Gobierno para la DANA sufrida por la Comunidad Valenciana, parece evidente que, como les indiqué al principio, llevamos años, muchos años, votando a los peores. Y no por currículo, que seguramente también, sino por la falta absoluta de dignidad y honestidad. Votándoles a ellos y a quienes los ponen.

En breve posiblemente se sepa que la esposa de Ángel Batalla, Carmen Ninet, hija de un destacado socialista valenciano de siempre, también ha hecho de las suyas con títulos inexistentes y/o falsos para vivir a costa de todos, ojo, así como elegida en procesos electorales, tras ser concejala y diputada autonómica en las Corts Valencianes. Así es que, desde el punto de vista de la aplicación de un mínimo de visión científica al tema, habremos de coincidir en que, desde luego, tantas coincidencias no son posibles ni lógicas.

Pero si asombroso resulta lo que venimos sabiendo en este verano que tanto se ha calentado con el tema, más aún lo es que este sea el enésimo episodio de la vergüenza de los partidos políticos tradicionales y sus integrantes, a los que hemos venido dando nuestra confianza a través de nuestro voto de manera constante y continuada. Porque si ahora es el escándalo de los currículos académicos, antes fue el historial de trampas mil para meter mano a los fondos públicos y transferirlos a bolsillos privados, cuando no destinados a gastos de sus partidos. En todo caso, financiaciones todas tan ilegales: las de una vida de funcionario, la reforma de una sede, o los gastos electorales con los que crear imagen y marca.

Y es que después de casi medio siglo de pruebas, deberíamos ser lo suficientemente “científicos” para saber qué es lo que falla y qué es lo que merece la pena probar. Porque intentos ha habido, y hemos sido tan absurdamente necios como para volver a permitir que las estructuras de quienes no lo han hecho bien perduren y nos ofrezcan como algo nuevo lo que ya hemos comprobado: corrupción y mentira, porque que nos mientan en tener un currículo inexistente es igual de corrupto que robarnos, porque esto es solo la antesala del fraude. O lo que es peor: querer convencernos de que nos roba gente preparada, cuando son vulgares raterillos. Como siempre…

Que dejemos de votar a los peores, a los que nos han engañado o a los que nos dicen que los suyos son los más preparados, depende de nosotros.

A ver si aprendemos a decir que hasta aquí hemos llegado.

Más en Política