Otra Diada, mismo Mito

Si por algo se distingue el nacionalismo catalán, igual que sucede con todos, absolutamente todos, los nacionalismos -incluido el español- es por haber deformado magníficamente la historia y el curso objetivo de los acontecimientos para generar un relato propio del que tirar en momentos de zozobra social, cuando hay que buscar a quien responsabilizar de cualquier problema, sobre todo cuando los mismos tienen su origen en ese mismo nacionalismo al que se quiere hacer pasar por inmaculado.

11 de setembre, diada de Catalunya
photo_camera 11 de setembre, diada de Catalunya

Estos días celebrará Cataluña, un año más, su Diada, su Onze de Setembre, como su día nacional: el del recuerdo en tal fecha de la capitulación de Barcelona, en 1714, ante las tropas borbónicas, lo que conllevó la suspensión, primero, y la abolición de fueros y privilegios un par de años después. Y por ello desde el ámbito nacionalista catalán se ha dibujado esta efeméride como la de la necesaria reivindicación de la identidad catalana, distinta a la del resto de España, contraria a la monarquía y, sobre todo, socialmente progresista. Porque en eso consiste básicamente el homenaje que se tributa con pompa y circunstancia cada once de septiembre a la memoria de quien fuera entonces conceller en cap de la ciudad de Barcelona, Rafael Casanova, padre, putativo al menos, de la defensa del catalanismo.

Sin embargo, la historia y el estudio y análisis serio de la misma nos dan una imagen muy distinta de los fundamentos con los que el nacionalismo catalán nos pretende meter con calzador como un héroe a Casanova. Un jurista que, efectivamente, tuvo la responsabilidad de dirigir la defensa de la ciudad de Barcelona, que no de Cataluña entera, ante el asedio de tropas enemigas en una guerra de sucesión, y no de secesión, como se nos cuenta. Porque en Cataluña nunca ha habido una guerra de secesión para independizarse de nadie. Si acaso, como mucho, algo que se le parezca en 1934, con el Estat Català proclamado por Lluís Companys, que duró apenas veinticuatro horas y que nunca sacó los pies del tiesto de la república federal española, un intento más duradero y menos intenso, esto sí, que la famosa DUI de 2017, de menos de un minuto de supuesta desconexión y ruptura total.

Pintura del asedio a Barcelona
Pintura del asedio a Barcelona

Porque siempre habrá que recordar que el 11 de septiembre de 1714 no se dio un hecho histórico enmarcado en una guerra civil, una contienda entre España y Cataluña, un conflicto por la independencia de un territorio, sino el inicio del ataque final en una de las mil batallas que tuvieron lugar en un contexto de litigio entre casas dinásticas: las de los Borbones y los Habsburgo (o los Austrias). De hecho, esa guerra de sucesión termina antes, en 1713, con la firma del Tratado de Utrecht, la consolidación borbónica en España y el abandono por el Archiduque Carlos de Hasbsburgo de los catalanes, o realmente de parte de ellos, dado que catalanes los hubo en ambos bandos y todos fueron utilizados como meros peones para sus intereses por los dos contendientes.

De hecho, ha de recordarse que fue Felipe V el primero, tras casi setenta años sin reunirse, en convocar Corts en Barcelona en enero de 1701, que se celebrarían en octubre en el Convento de San Francisco de la ciudad, para en ellas jurar las Constituciones Catalanas, antes incluso de haber pisado Madrid para ocupar el trono de España al venir de Francia. Un juramento de Felipe V que se repitió por segunda vez con la clausura de esas Corts en enero de 1702. No resulta así extraño en absoluto que el posicionamiento con las armas contra el Borbón de quienes ostentaban cargos institucionales en Barcelona cuando aquél había jurado sus leyes se considerara un acto de rebeldía, máxime en un sistema político en el que los monarcas eran todavía dueños de tierras y personas.

Casanova, además, no fue ningún mártir de su causa, sino que fue amnistiado por Felipe V, lo que hace presumir que no sería, por tanto, ese símbolo necesario de borrar a toda costa, y siguió viviendo en Barcelona hasta su retiro en 1737, pudiendo ejercer libremente su condición profesional de abogado, falleciendo unos años más tarde en la vecina Sant Boi de Llobregat. No hay dato, por tanto, que avale existencia de represalias contra el hoy icono del nacionalismo catalán tras la defensa de sus posiciones políticas en una época de tan escasas garantías.

Monumento a Rafael de Casanovas en Barcelona
Monumento a Rafael de Casanovas en Barcelona

Ni siquiera se puede decir que Casanova fuera un republicano convencido, aun en el contexto del Barroco imperante, sino todo lo contrario: un firme defensor de un monarca absolutista como lo fue Carlos III, pretendido rey de toda España y no solo de Cataluña, tan extranjero o más que el Borbón Felipe V, con la única ventaja sobre éste de no ser aquél francés, dado el infausto recuerdo en tierras catalanas de los abusos de las tropas galas en el contexto de la Guerra de los Treinta Años, tras los anteriores de las tropas españolas.

La iconografía de determinados personajes y hechos históricos tiende a ser idealizada en grado sumo, sobre todo, por quienes quieren construir de ello ese relato para superar contradicciones lógicas de la condición humana que es, al fin y al cabo, la esencia de la historia. Y en el caso de la mentalidad de un nacionalista, es para ello preciso elevar a carácter de dogma aquello que la ciencia observa desde un punto de vista crítico y, por tanto, con tantas aristas como perspectivas ofrece.

Por esto, el mito fundacional de esa Cataluña única, libre e independiente que se quiere llevar a los altares cada once de septiembre no es más que eso: una quimera imaginada que, de haberse diseñado en el siglo XIX con algo más de rigor histórico, debería celebrarse un día más tarde.

Y es que ni en la fecha de la capitulación de Barcelona acertaron: la ciudad se rindió el día doce, solo un día después del bando conjunto emitido el día once por los Tres Comúns (Diputació del General, Consell de Cent y Braç Militar) llamando a resistir por “la llibertat de tot lo Principat y de tota España”, y convocando a los barceloneses a “derramar gloriosament sa sanch y vida, per son Rey, per son honor, per la patria y per la llibertat de tota Espanya”. Todo ello en un plazo concreto: una hora.

Uno se pregunta por qué no se da lectura pública del famoso Pregó dels Tres Comuns cada Diada…

Que la historia no es buena ni mala. Es solo historia, y fue lo que fue, y no lo que algunos anhelan que hubiera sido.

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