Quizá no se hayan dado cuenta, pero las palabras de Pedro Sánchez hace unos días expresadas en un tuit tras intervenir en el Congreso, es decir, donde se sientan los representantes elegidos por la ciudadanía en elecciones libres y democráticas, es uno de los mayores ataques que han sufrido, precisamente, la libertad y la democracia. Y si somos capaces de restarle un ápice de importancia al exabrupto, entonces es que no hemos entendido nada sobre hasta dónde llegan nuestros derechos y cómo es necesario defenderlos ante los abusos de quien ejerce el poder que le damos.
Las palabras de Sánchez, que siguen ahí para su vergüenza, son las siguientes: “NO vamos a entregar el Gobierno a la oposición más inútil, tóxica y divisiva de nuestra historia”. Y para contextualizar: lo dijo tras rechazar las peticiones para que dimitiera o, en su caso, se sometiera a una cuestión de confianza que, seguramente sabe, no podría superar.
La situación de absoluta crisis del Gobierno de España lo hace hoy objetivamente insostenible, y no ya por la opinión particular que un servidor pueda tener, sino por las manifestaciones al respecto incluso de quienes hasta este momento han sido los valedores y soporte de una mayoría parlamentaria que se resquebraja a golpe de información sobre lo que ha estado sucediendo todos estos años atrás con personajes como Ábalos, Cerdán, Koldo, Leire, Aldama, y resto que iremos sabiendo, que cuando no han tenido despacho oficial desde el que mangonear se han paseado libremente por los de quienes se lo han permitido. Y parece que no sin cobrar peaje…
Y cuando un Gobierno se agota, y máxime ante una cascada incesante de escándalos que han dejado de ser elucubraciones para materializarse en grabaciones y mensajes escritos en los que reconocemos perfectamente la sinvergonzonería y la cutrez de quienes en ellos intervienen, lo que procede es que los ciudadanos opinen. Y que opinen en las urnas, sobre todo cuando quien gobierna llegó con un proyecto totalmente distinto al que está ejecutando. Porque cambiar de opinión es legítimo, pero obliga a cuestionar ante quien te da su confianza en tu opinión qué piensa de la nueva que mantienes. Pero asumir que no has dado ni una al elegir a quienes encargaste hacer las cosas y poner por ello tu cargo a disposición de quien te lo dio es una necesidad de pura higiene democrática. Se llama responsabilidad política, y quien más la ha exigido antes, Sánchez, la ha borrado hoy de su memoria.
Sostener que no vas a entregar el poder a quien podría ganarte en unas elecciones es algo que ya hizo Trump en 2020. Y de hecho lo intentó en enero de 2021 promoviendo y apoyando el asalto al Capitolio. La deriva de Sánchez es hoy la misma: negar legitimidad a quien pueda ganar unas elecciones simplemente porque sus ideas no son las de Sánchez. Y eso es algo que violenta completamente todo principio democrático.
A mí, personalmente, me genera mucho desasosiego, y hasta temor, que Sánchez caiga por los líos en los que él solito se ha metido, o en los que los suyos lo han metido, para que termine gobernando un PP maniatado por Vox. El mismo desasosiego, también se lo digo, y el mismo temor que cuando los líos en los que se metió Rajoy, o en los que lo metieron los suyos, terminó por traernos gobiernos del PSOE maniatado, no tanto, primero por Podemos y ahora por Sumar, pero sí mucho por Bildu, ERC o BNG, pero más aún por esa derechona de terruño y privilegio que representan Junts y PNV, y que, pese a esa condición, parecen no incomodar a Sánchez. Pero igual que entonces hubo que respetar lo que se vota y las mayorías que se conforman, por muy extrañas e interesadas que resulten, también en esta ocasión habrá de respetarse lo que se vote, ahora o cuando toque, nos guste más o nos guste menos.
Lo que no es de recibo es negar la legitimidad democrática de quien pueda sumar una mayoría, actitud ante la que precisamente Sánchez ha venido protestando frente a la oposición, pero que ahora jalea hipócritamente sin pudor alguno antes siquiera de que suceda, desconfiando, y esto ya es curioso, del propio Tezanos y sus datos del CIS que indican, cómo no, que Sánchez ganará siempre. Y por eso la pregunta: ¿a qué teme Sánchez?
Determinadas manifestaciones de dirigentes políticos, como las de Sánchez ahora, pero también como las de quienes deslegitimaban a un gobierno sostenido por una mayoría parlamentaria antes, son inaceptables. Y lo son porque obvian el efecto pedagógico que tiene en parte de la ciudadanía la misma actitud de los políticos. Palabras que olvidan que cuestionar el propio sistema democrático hace que haya quien crea que efectivamente que pensar diferente es esencialmente malo y, por ello, reprimible. Que ante el adversario está todo permitido. Que, en suma, esto es ya matar o morir.
Y luego nos doleremos de los lodos que han traído estos polvos.