Porque ahora todo es muy difícil.
Todo.
El álgebra, hacer la cama, mantener la amistad con alguien más de una semana… y ya no digo madrugar sin parecer un zombi recién salido de una serie de Netflix.
Ejemplo real (o casi):
— Mamá, el profesor es súper injusto.
— Ah, ¿sí?
— Sí, es que… me ha suspendido.
— Bueno, ¿habías estudiado?
— Hombre, mamá… no estamos hablando de eso…
Traducción: “No he tocado el libro ni para espantar moscas, pero la culpa es del profe que no ha sabido apreciar mi talento latente”.
Esa frase que nunca pronuncian: “no había estudiado”, se les atraganta. Como el brócoli.
Y la cuestión no es que algo sea difícil.
La cuestión es que si una tarea no se resuelve antes de que acabe el vídeo de TikTok que están viendo, ya entra directamente en la categoría de “problema irresoluble de la humanidad”.
Les presentas una actividad que requiera tres miligramos de paciencia o media cucharadita de atención… y notas cómo se les pixelan los ojos, como si tuvieran mala conexión WiFi.
Todo lo que no sea gratificación instantánea les parece una especie de trámite burocrático diseñado exclusivamente para torturarles.
Tú les hablas de “esfuerzo” y ellos escuchan “loading…”.
Y claro, cualquier actividad donde haya que pensar un poquito más, invertir tiempo o repetir un paso…
automáticamente pasa a ser:
“Muy complicado, mamá.”
La frase mágica para escapar de cualquier responsabilidad.
Porque, claro, para ellos todo lo que no sea inmediato es un drama.
El esfuerzo se vive como si les dijeras que el WiFi va a tardar dos minutos en volver: drama, colapso y sensación de que el mundo ya no tiene sentido.
Es como cuando les pides que metan un plato en el microondas.
Tres minutos.
Tres.
Y te miran como si les estuvieras pidiendo mantener vivo un tamagotchi durante una semana entera.
A la mitad del tiempo ya están suspirando, mirando el techo, revisando el móvil, buscando sentido a su existencia…
y cuando por fin pita el microondas, te dicen:
— Buf, qué largo se me ha hecho.
Imagínate pedirles que lean un capítulo entero.
Eso ya es literatura extrema.
Al final, el drama no será suspender matemáticas, será descubrir que la vida no trae ni filtro bonito ni opción de “pasar asignatura” con un scroll.