Franco, temporada 50: el retorno del zombi útil
Cada año, cuando la izquierda se queda sin ideas, sin presupuestos o sin votantes que entusiasmar, alguien en Moncloa o en Ferraz parece exclamar: “¡Rápido! ¡Sacad a Franco del congelador mediático!”
Y allá va el dictador, reencarnado en titulares, leyes de memoria y debates sobre si la placa de una calle en Cuenca vulnera la democracia.
Franco es como el comodín político del siglo XXI: cuando no hay pan, que haya memoria.
El problema es que ya no queda mucho por exhumar. Sacaron al hombre del Valle, cambiaron placas, borraron nombres, prohibieron canciones, hasta los pantanos están en revisión…Y le quieren cerrar hasta las centrales nucleares que construyó “esos separatistas catalanes y los rojos del Psoe”. Si algún día resucita, el pobrecito no sabrá ni cómo llegar a su estatua.
Y mientras tanto, seguimos sin trenes que funcionen, sin médicos en los ambulatorios y con alquileres de ciencia ficción, pero oye, al fascismo lo tenemos controladísimo y mientras no gobierne tanto nos da.
Franco y los suyos: malos, malísimos… pero rentables
Hay que reconocerlo: Franco da más juego muerto que vivo.
A la izquierda le sirve como espantajo perfecto: “Cuidado con la ultraderecha, que vuelve el franquismo”.
A la derecha, como excusa de pub: “No, hombre, nosotros no somos como Franco, somos liberales”.
Y al centro —ese unicornio político español—, como argumento filosófico: “Ni Franco ni antifranco, gracias”.
El franquismo es ya un género literario, un negocio y una estrategia electoral.
Se estudia en tertulias, se invoca en campañas y se usa para explicar cualquier cosa:
–“¿Por qué hay tráfico en la M-30?”, pues porque “Franco diseñó mal la red radial.”
–“¿Por qué no llueve en Almería?”, porque “Franco desvió las nubes, era así de malo.”
–“¿Por qué no hay vivienda pública?” pues porque “Franco la tenía toda metida en el Escorial.”
Del “Una, grande y libre” al “Todo, caro y subvencionado”
Resulta paradójico: durante décadas, España se esforzó por enterrar a Franco; y ahora hay quien vive de desenterrarlo cada semana.
Eso sí, modernizado: ya no hay yugos ni flechas, sino hashtags, banderas arcoíris y subvenciones para “procesos de reparación emocional colectiva”.
Antes se cantaba el Cara al sol, ahora se entona el Cara al voto.
El relato se recicla, pero la estrategia es la misma: dividir, señalar, asustar, y a poder ser, cobrar.
La memoria selectiva y el “franquímetro”
En España la memoria histórica funciona como un test de alcoholemia ideológica:
—“¿Usted ha criticado alguna vez al PSOE?”
—“Sí.”
—“¡Positivo en franquismo!”
Y ahí te mandan al cursillo de reeducación democrática, con PowerPoints sobre las cunetas y discursos de Irene Montero y Patxi López, dos autodidactas de la cultura izquierdista española. Los de Yolanda Díaz los han anulado porque todo el mundo salía sin enterarse de lo que quería explicar.
Por supuesto, nadie habla de Paracuellos, ni de Negrín, ni de las checas, ni de las purgas del 37. La historia solo interesa cuando es útil y manipulable. Y Franco, el pobre, sirve para todo: para justificar el presente, para tapar el pasado y para distraer del futuro.
Epílogo: morir dos veces es un mérito muy español
Franco murió en 1975, pero la izquierda española lo resucita cada vez que baja en las encuestas.
A este paso, acabará con más capítulos que Cuéntame.
Y si la tendencia sigue, dentro de poco RTVE emitirá Gran Hermano: El Valle de los Caídos Edition50 Aniversario con tertulia posterior de memoria democrática.
Porque en España —y esto ya lo sabéis— los muertos nunca descansan del todo… al menos hasta que usted aprenda a votar bien y al gusto de la izquierda. ¡¡Faltaría menos!!
