El Autónomo: El Gran engañado de la Política Española

Existe una figura en nuestro entramado productivo que, por su propia naturaleza, carece de un derecho fundamental del que gozan el resto de los trabajadores: el derecho a la huelga. Es el autónomo. Una especie apreciada por todos los partidos políticos en tiempos de campaña, pero sistemáticamente vilipendiada una vez pasan las elecciones. En esto, sin embargo, no está solo: comparte el olvido con jóvenes, asalariados y pensionistas. Al fin y al cabo, el ciudadano de a pie solo parece interesar cuando es llamado a las urnas.

El autónomo, una especie en peligro de extinción
photo_camera El autónomo, una especie en peligro de extinción

El mes previo a cualquier comicio —ya sean generales, autonómicas o municipales— se llena de promesas. Promesas y más promesas. Y como bien dice el refrán popular: “Una vez metido el voto, se acabó lo prometido”. Es un ciclo perverso de ilusión y desencanto que se repite elección tras elección.

Pero centrémonos en el autónomo. Yo lo definiría como un ser en permanente estado de asfixia controlada. Desde fuera, algunos los tachan de individualistas, de obsesionados solo con sus ingresos, de despreocuparse por la defensa colectiva de sus derechos. Se dice: “Mientras a él le vaya bien, ¿qué le importan los demás?”. Sin embargo, nadie parece ver la realidad: están tan agobiados por sobrevivir que el activismo gremial se convierte en un lujo inalcanzable.

Son mencionados y valorados en campañas, sí. Pero después llegan las nuevas leyes, los decretos, las tasas. Te aprietan, te asfixian, hasta que solo quedan dos caminos:

1. Claudicar. Seguir adelante, no por ambición, sino por la necesidad de mantener a tu familia y, en muchos casos, a las familias de tus trabajadores. Todo esto a costa de la salud propia. Sin poder permitirte una baja laboral, con una cuota a la Seguridad Social que se vuelve cada mes más onerosa y que hipoteca una pensión futura cada vez más lejana y mísera. Es una condena a la explotación continuada.

2. Mandarlo todo a paseo. Porque si te detienes a pensar en el sufrimiento y el hartazgo, la conclusión es desoladora. ¿Para qué matarte a trabajar literalmente? ¿Para que luego te tomen el pelo y acabar sin una vida digna tras una carrera laboral de penurias? ¿Qué sentido tiene comprometer tu patrimonio personal y familiar para acabar, con suerte, en la ruina?

Los sucesivos gobiernos —da igual su color— parecen operar bajo la delirante creencia de que todos los autónomos son Amancio Ortega, Botín o Roig. Olvidan que los grandes magnates pueden mover su capital donde les plazca, mientras que el pequeño autónomo se ahoga en un mar de obligaciones. Les venden la moto de que gravar al “rico” es justicia social, pero el que termina pagando el pato es el humilde comerciante, el fontanero o la consultora que da empleo a dos personas.

Una reflexión incómoda: si todos los autónomos, asfixiados, cerraran sus negocios, ¿cómo quedaría la cola del paro? ¿Cómo explicarían a los trabajadores despedidos que su empleo se esfumó por la presión insoportable sobre su antiguo empleador? ¿Acaso hay trabajo suficiente en las grandes multinacionales para toda la ciudadanía?

Ante este panorama, hago un llamamiento a la conciencia. Trabajadores y autónomos, tenemos un poder inmenso en las urnas. Quien te utilizó y te prometió la luna en campaña debe ser castigado en las próximas elecciones. Hay vida más allá del bipartidismo. No se trata de votar a extremos, sino de explorar proyectos políticos reformistas y nuevos que sí puedan priorizar a las personas.

Solo es cuestión de fe y de probar. La pregunta no es “¿y si no mejoran las cosas?”, sino “¿y si, por fin, sí lo hacen?”. El riesgo de seguir igual ya lo conocemos. La esperanza de un cambio, merece la pena.

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