La rueda de prensa de un compungido Sánchez en la sede de Ferraz fue cualquier cosa menos seria y creíble: un artificio perfectamente diseñado para que la nada pareciera suficiente, para que el presidente del Gobierno se instituyera a sí mismo como juez y parte, lo primero para auto absolverse y lo segundo para aparecer como víctima ignorante antes que como partícipe de todo lo que está sucediendo. Pero también para no asumir ninguna responsabilidad política por lo que fundamentalmente es la responsabilidad política: saber lo que pasa a tu alrededor y lo que hacen los que elegiste para hacerlo.
Nadie esperaba de Sánchez una dimisión pese a haberse conocido que quien fuera su secretario de organización y ministro de Transportes, combinación perfecta para que solo dos ojos y dos manos gestionen estos trasiegos de dineros a cambio de adjudicación de contratos de obra pública, no solo se dedicó a tener novias a las que poner sueldos que pagamos todos en empresas públicas, sino que también podría haber estado cobrando por hacer trampas. Nadie presumía tampoco a estas alturas que Sánchez acudiera ante el Congreso siquiera a cuestionar la confianza de la mayoría que le dio en su día la investidura cuando esa mayoría no representa hoy, lo diga Tezanos o su porquero, a quienes votaron en julio de 2023 un proyecto sin indultos, amnistía o referéndum.
Todos advertíamos, realmente, una pirueta más de este Pedro Sánchez que ha convertido la política en un arte de funambulismo con un cable cada vez más alto, una red cada vez más pequeña, y con un número de bolos para los malabares cada vez más grande. Un espectáculo tan lamentable como atractivo, ha de reconocerse, del que solo cabe ya esperar morbosamente al momento del traspié definitivo que haga venirse abajo al acróbata para terminar una función que parece no tener fin.
Y el penúltimo volatín de Sánchez ha sido pedir perdón. Pedir disculpas de la misma manera, exactamente a como lo hizo Rajoy por Bárcenas, ahora aquél por Cerdán. Con la misma excusa: la de no haber elegido a la persona adecuada para una importante labor. Y con el mismo escenario de sospecha que empieza a convertirse en evidencia: la de haberse amañado contratos públicos con empresas a cambio de comisiones que algunos, para sí o para su partido, o de modo compartido, se han echado al zurrón.
Pero si a Rajoy no le sirvió el acto de contrición público para evitar ser desahuciado del Gobierno de España, a Sánchez no debería permitírsele ni un gramo más ni menos de excusa, porque aquel Bárcenas que decepcionó a Rajoy era el tesorero del Partido Popular, sin más facultades que llevar las cuentas de su formación. Pero Ábalos y Cerdán han sido ambos secretarios de organización del PSOE, titular el primero, además, del ministerio adjudicador, o del que eran dependientes las empresas públicas adjudicadoras, de los mayores contratos de obras del Estado; y el segundo el encargado de negociar con un prófugo de la justicia los votos que a Sánchez le han dado el poder del que disfruta garantizando indultos y amnistías.
No se ha tratado, por tanto, de personajillos de tercera clase sino, según parece, de toda una trama organizada en primera línea y de arriba abajo en la que el más tonto ha terminado haciendo relojes y grabando todas sus conversaciones con los jefes a fin de garantizarse una posible salida. No duden, por ello, que esto no ha hecho más que empezar, porque el verdadero sprint por entrar al despacho del juez va a ser el de los interesados en lograr el mejor acuerdo a cambio de contarlo todo bien contado.
Sánchez es hoy ya un apestado del que más vale ir alejándose. Y eso es lo que vamos a empezar a ver en las próximas semanas, conforme avance la instrucción judicial y siga saliendo mierda de los sumideros de esas cloacas que en el PSOE, como en el PP, siempre han existido. Porque estos Ábalos y estos Cerdanes son aquellos mismos Bárcenas a los que por la mañana se defiende y por los que se pone la mano en el fuego para por la tarde negar que se les conozca realmente teniendo que acudir a la unidad de grandes quemados. Son los mismos detritos que produce un sistema corrompido por los dos grandes partidos y por sus adláteres en los extremos que se rasgan las vestiduras ante los escándalos del bloque de enfrente, pero aguantan cínicamente lo que pase con el socio del suyo. No verán a Sumar ni a Podemos ir más allá del aspaviento ante el PSOE como tampoco la indignación de Vox dará jamás como para soltar amarras de verdad con el PP que le garantiza sillones y sueldos.
Se acabarán las líneas rojas porque PP y PSOE ya están, otra vez, empatados en porquería. Sánchez caerá como cayó Rajoy, antes o después. Y aparecerán nuevos liderazgos que se estrecharán las manos prometiéndonos a todos que las cosas van a cambiar por ese turnismo natural y necesario. Y nos dirán que sus tesoreros y secretarios de organización son ya gente decente.
Y nos lo creeremos. O no…