Cataluña ilustra bien el despropósito. El señor Illa, nombrado presidente de la Generalitat, ha preferido viajar a Bruselas a rendir pleitesía antes que ejercer con rigor el cargo para el que se le paga. Los catalanes no necesitamos un presidente turista, sino alguien que gestione los problemas de la comunidad en lugar de negociar apoyos en hoteles europeos unos presupuestos nacionales cuyo coste, por cierto, acabaremos pagando todos.
La política debería empezar por lo esencial: las personas. Nuestros mayores merecen respeto y derechos garantizados tras décadas de sacrificio. Y nuestros jóvenes necesitan educación y formación de calidad para sobrevivir en un mundo cada vez más competitivo. Nada de esto puede seguir supeditado a la agenda de partido ni a la mediocridad instalada en nuestras instituciones.
El nuevo modelo político que España necesita no admite etiquetas ideológicas. No se trata de derechas ni izquierdas: se trata de ser eficientes con eficacia, dignidad y gestión honesta. No podemos seguir financiando un Senado convertido en Jurassic Park político ni sosteniendo un número desorbitado de diputados y aforados cuya reducción liberaría cientos de millones de euros para destinarlos a lo que de verdad importa.
Porque no lo olvidemos: los recursos públicos no son suyos, son nuestros. Proceden de los impuestos directos e indirectos que cada ciudadano paga con su trabajo y esfuerzo. Y lo mínimo que podemos exigir es eficiencia, eficacia, transparencia y la posibilidad de denunciar los abusos que demasiados políticos consideran privilegios intocables.
La verdadera épica de nuestro tiempo no está en seguir a un líder carismático, sino en que la ciudadanía pueda escoger entre lo ya conocido o un nuevo proyecto común. Un modelo en el que se analicen y calculen cada euro a invertir, igual que exigimos a nivel individual cuando tenemos un problema. Y un modelo que entienda que cada euro público debe devolverse en forma de servicios, bienestar y futuro.
La clave está en apostar por una tecnocracia aplicada al bien común: tener a los mejores al frente de cada área, porque no es eso lo que todos queremos cuando tenemos un problema personal o profesional, que nos atienda el más preparado. Si lo deseamos en lo individual, ¿por qué no exigirlo también en lo colectivo?
La pregunta es clara: ¿vamos a seguir resignarnos más tiempo a este engaño permanente, o vamos a dar el paso hacia el cambio que ya late en la sociedad? El momento es ahora. Es el momento de las ideas.